jueves, octubre 28, 2010

Invitación a tertulia

El Instituto de Filosofía Práctica de la Ciudad de Buenos Aires invita a la tertulia en la cual el Dr. Luis E. Roldán expondrá sobre "Entre el Laicismo y la Laicidad", el día jueves 4 de noviembre de 2010, a las 19.30 horas, en la sede del Instituto, calle Viamonte, nº 1596, piso 1º. Confirmar asistencia al teléfono (011) 4371-3315 ó al correo electrónico infip@fibertel.com.ar

jueves, octubre 21, 2010

Adherimos e invitamos


Se invita a las familias a la celebración de Cristo rey, que tendrá lugar, Dios mediante, el sábado 30 del corriente --víspera de dicha fiesta, según el calendario litúrgico tradicional de la Santa Iglesia romana-- en la sede de FAMINAT (San Martín y Riccheri - Bella Vista), consistiendo la reunión en un almuerzo a la canasta, en cuyo transcurso el Dr. Luis E. Roldán disertará acerca del sentido de la misma en la actualidad.

Octubre de 2010

Confirmar a de_ruschi@yahoo.com.ar ; juan@lagalaye.com.ar ; german.rocca@yahoo.es


viernes, octubre 15, 2010

Los peligros del liberalismo económico

Reproducimos a continuación una carta de lectores que enviara nuestro colaborador E. T. a la revista tradicionalista Ahora Información en respuesta a una reseña del libro La fatal arrogancia del economista liberal Friedrich A. von Hayek que publicó dicha revista en su nº 102. Por razones de espacio, la carta fue publicada en forma reducida en el número siguiente de dicha revista. Por el interés que despierta, la publicamos a continuación completa.

Buenos Aires, marzo de 2010.

Señor Director

Revista Ahora Información

De mi mayor consideración,

Grande fue mi sorpresa al leer en el último número de vuestra prestigiosa revista tradicionalista una nota laudatoria para con F. A. Hayek bajo la excusa de una reseña bibliográfica. Entiendo que el tradicionalismo, a diferencia de las ideologías, no es una doctrina sectaria y, por eso, puede muy bien descubrir “semillas de verdad” en donde sea que se exponga un pensamiento. Incluso, comprendo que, muchas veces, estas ideologías, mientras nos acompañan en un trecho del camino, pueden tener formas de exponer la verdad que nos enriquezcan. Así, un tradicionalista puede descubrir, escondido entre mucha “paja”, verdadero “trigo limpio” en alguna de las obras de la Escuela Austríaca de Economía, uno de cuyos principales referentes fue Hayek. Podremos citar, entre las últimas publicaciones, los estudios históricos de Hoppe o los que sobre la ética de la emisión de moneda ha dado a luz Hülsmann. Entiendo, finalmente, también que, en el espacio de una columna, el autor de una reseña no tenga lugar para mayores disquisiciones. Sin embargo, no lo podemos dejar pasar pues aprovecha esa columna para hacer una serie de afirmaciones que me merecen algunos comentarios. Amicus Plato

Comienza la notícula excusándose por traer a mentas a un autor “que se autodenominaba liberal”. Pero, a renglón seguido, se lo corrige póstumamente como “conservador” sobre la base de la definición que de esta ideología hizo Russell Kirk. Sin entrar en detalles sobre las reales posibilidades de un conservadorismo culturalmente protestante y revolucionario de Kirk y los suyos que fuera tan bien criticada en nuestro medio por Rubén Calderón Bouchet (“El conservadorismo anglosajón”, Verbo, edición argentina, nn. 332-333, mayo-junio de 1993, pp. 69-88), es al menos sospechoso que, en una revista tradicionalista, se haga elogio de un “conservador” por ser meramente tal – sabiendo las reminiscencias que esta palabreja trae a un carlista.

A continuación la reseña afirma que este libro de Hayek sería “una defensa de la tradición y de la religión para explicar el orden libre que siempre defendió frente a los totalitarismos”. Primero habría que ver qué “orden libre” fue el que Hayek siempre defendió frente a los totalitarismos. En segundo lugar, si este orden hayekiano tiene alguna coincidencia con el orden natural y cristiano que defendemos. Y, finalmente, si realmente el libro éste, entendemos que las citas elegidas son ejemplificativas del mismo, defiende qué tradición y qué religión.

No deseo abusar de su benevolencia mi estimado Señor Director ni de sus lectores, en el que caso en que llegara a publicarse esta carta, por lo que intentaré ser breve para exponer cada uno de estos puntos, trayendo referencias donde puedan indagar aquéllos que quieran profundizar.

Respecto a la libertad, dice Hayek casi citando a Rousseau, “nuestra fe en la libertad no descansa en los resultados previsibles en circunstancias especiales, sino en la creencia de que, en fin de cuentas, dejará libres para el bien más fuerzas que para el mal” (Los fundamentos de la libertad [Madrid: Unión, 1975], p. 58). En el que es quizá su libro más conocido, Camino de servidumbre (Madrid: Alianza, 1985), hace una glorificación del individualismo, cuya esencia define como “el reconocimiento del individuo como juez supremo de sus propios fines [y] la creencia en que, en lo posible, sus propios fines deben gobernar sus acciones” (p. 90), recordando las posturas más cínicas y duras de Spencer. Sin olvidar, aprobando a Tucker, cantar loas al egoísmo, “ese motor esencial de la naturaleza humana” (Los fundamentos…, p. 92), o a la desigualdad económica, cuya falta haría “imposible” el progreso económico (Los fundamentos…, p. 71).

Hasta aquí algunas ideas características de Hayek. Queda por analizar si estos conceptos son compatibles con los de la tradición cristiana. En ese sentido, sabemos en buena escolástica que la libertad puede definirse como una potencia, una capacidad para algo, pero que en el hombre, ese algo está delimitado por el bien. Es decir, se es libre para hacer el bien; para practicar la virtud; nadie es libre en el vicio, sino esclavo. Por lo tanto, no puede haber verdadera libertad cuando uno actúa motorizado por el egoísmo. En el mismo sentido, pero visto desde otra perspectiva, la libertad es un punto de llegada y no de partida: haciendo el bien se es libre; no es que por ser psicológicamente libre que uno hace el bien (¡menos aún en un estado de naturaleza caída!). Si los trascendentales son entre sí intercambiables, lo mismo que Nuestro Señor dice de la verdad (la verdad os hará libres), podríamos predicarlo del bien.

Como se puede apreciar, las diferencias entre una concepción y la otra son radical y esencialmente distintas. Aún cuando puedan coincidir en la crítica de los regímenes totalitarios, más o menos evidentes, las posiciones desde donde se lanzan las críticas son diferentes… y lo mismo, los remedios para poner fin a esos males.

Queda finalmente analizar si este libro, en base a las citas escogidas, significa una rectificación, aunque más no sea tácita, de las ideas sostenidas con anterioridad. ¿Estaba Hayek transitando su camino de Damasco?

¿Es “la visión religiosa según la cual la moral está determinada por procesos que nos resultan incomprensibles” (y que Hayek considera más acertada, aunque sus esquemas le parezcan “científicamente infundados”), es – decíamos – la visión de la Iglesia? Bien sabemos que esta idea de una moral irracionalista y fideísta, sostenida únicamente sobre argumentos historicistas, poco tiene que ver con la Tradición viva de la Iglesia, bien expuesta en la doctrina de los Papas y sus mejores doctores. Esta postura un tanto caricaturesca, que nos recuerda al primer Lamennais, tiene a lo sumo el gusto del pensador que llegado el fin comienza recién a comprender que sólo sabe que no sabe y que su ideología y sus utopías se desmoronan ante lo que no puede explicar con su porción de ciencia.

Y llegados a este punto, regresamos al comienzo. El tradicionalista puede abrevar en distintas fuentes, delimitado únicamente por la evidencia de lo que las cosas son, pero no es justo que, por querer ganarse a “los hombres de buena voluntad”, termine siendo negligente al profundizar en la verdad que ha recibido. Podemos buscar “semillas de verdad” tanto en Hayek como en Keynes o Marx, pero no al precio de desconocer la riquísima tradición de pensamiento económico, social y político cristiano. No negamos que quizá las formas, los ejemplos, los esquemas, puedan necesitar actualizaciones o mejoras; pero ellas siempre surgidas del amor y no del desprecio, del reconocimiento de aquéllos sobre cuyos hombros descansamos.

A continuación reproducimos como imagen la reseña que motivó esta réplica (pinchar en ella para agrander y leer).



viernes, octubre 08, 2010

Las curiosas relaciones de una familia tradicional porteña con el Carlismo

Simón Pereyra (†1852) era hijo de Leonardo Pereyra de Castro (emigrado a la Argentina en 1767) y de María Mauricia Arguibel (argentina, hija del comerciante Felipe de Arguibel, descendiente de conquistadores). Su hermano mayor, Juan Manuel, había fallecido en el combate del Retiro durante las Invasiones Inglesas. Su padre murió siendo sus hijos aún niños, dejando a su madre en situación económica complicada. Asimismo, era primo hermano por parte de madre de doña Encarnación Ezcurra, la esposa de Juan Manuel de Rosas.

Desde muy joven, Simón trabajó como empleado en la tienda de Manuel Arrotea y por su habilidad y dedicación terminó siendo socio y, luego, único propietario de la misma. Militó en el Partido Federal y fue quien dio trabajo como costureras a la viuda e hijas del Coronel Dorrego. Con la renta de su comercio y, especialmente, como principal abastecedor del Ejército rosista, Simón adquirió dos barcos para comerciar con Europa y campos en Tandil, Balcarce, Ayacucho, Quilmes, Ramallo y Tandileufú, algunos en sociedad con Prudencio Ortiz de Rozas, el hermano del Restaurador, y adquiridos a los indios, fervientes rosistas. En 1850, Juan Rita Pinto de Ximénez, viuda de Pedro Capdevila, vende a Simón Pereyra la estancia “Las Conchitas” cerca de la actual ciudad de La Plata.

Desposó a Ciriaca Iraola, hija del vasco Martín Iraola y María Francisca Brid, que vivía con sus hermanos en casa de los Pereyra. Con ella tuvo 6 hijos. Don Simón fallece dos años después, en 1852.

En su propiedad es que tiene lugar la batalla de Caseros el 3/II/1852, y dos de sus descendientes, María Antonia y María Luisa Pereyra Iraola, donaron la casa y el famoso palomar, junto a 10 hectáreas de campo, al Estado nacional, donde hoy se encuentra el Colegio Militar de la Nación.

Leonardo Higinio Pereyra (1834-1899) fue el único hijo superviviente de Simón Pereyra y Ciriaca Iraola. Bajo la tutela de su tío José Gerónimo Iraola tras la muerte de su padre, viajó a Europa en 1852 para conocer la actividad agrícola del Viejo Continente, y posiblemente para escapar de las represalias contra los rosistas. En 1857, cerca de Liverpool adquiere el toro reproductor “Defiance” y la vaca “Coral”, ambos de la raza Shorthorn, y que trae a la Argentina, dando origen a su cabaña modelo de cría. Cinco años después, importa el toro “Niágara”, de la raza Heresford. Contrata al paisajista belga Carlos Vereecke para adornar el casco de la Estancia “San Juan” con un parque estilo inglés. Casó con su doble prima María Antonia Iraola, hija de José Gerónimo Iraola (hermano de su madre) y de Antonia Pereyra (hermana de su padre).
A pesar de su condición de “clerical a ultranza”, fue amigo de Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre, Carlos Casares, Carlos Pellegrini y otros prominentes liberales.

Cuando en agosto de 1887, Don Carlos de Borbón y Austria-Este, luego de un largo periplo americano, llegaba a Buenos Aires, Leonardo Pereyra lo invitó a su estancia “San Juan”, a la que se trasladó en un tren especial y arribó el jueves 11, con su séquito y un grupo de amigos —entre ellos, el vicepresidente Carlos Pellegrini—. Se trató de una verdadera fiesta campera que incluía la cacería de avestruces. Unos días después, Emilio Lamarca, en ese tiempo diputado y consuegro de Leonardo Pereyra, le ofreció un banquete al que asistieron el Arzobispo de Buenos Aires y José Manuel Estraba.

Fallecido Leonardo Pereyra, quien había manifestado su deseo de “construir en sus tierras [una] capilla dedicada al Sagrado Corazón de Jesús”, en 1904, su viuda Antonio Iraola y sus 6 hijos, comenzaron los aprestos para la construcción de la misma en la zona oeste de lo que hoy es el barrio de Barracas. La obra estuvo a cargo del Ing. Rómulo Ayerza, hijo de un veterano carlista. El 10 de junio de ese año fue bendecida la piedra fundamental. En sólo cuatro años y sobre un terreno anegadizo, que solía ser inundado en cada Sudestada cuando crecía el nivel del Riachuelo, se construyó un enorme templo, junto a un convento y escuela, ocupando toda una manzana. Frente a la majestuosidad externa de la iglesia, la nave es sobria y amplia, con inmensos rosetones y un bellísimo altar. La familia equipó el templo con el que es aún uno de los mejores órganos de la ciudad de Buenos Aires. El templo fue consagrado por Mons. Gregorio Ignacio Romero, obispo auxiliar de Buenos Aires y capellán de la Juventud Carlista de Buenos Aires, el 16 de agosto de 1908. Ese mismo año, se inauguró un colegio anexo, confiado a los sacerdotes de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram (Padres Bayoneses). Semejante iglesia mereció que el 22 de noviembre de ese mismo año, el Papa San Pío X la agregara a la Basílica Patriarcal de San Pedro en Roma, y, años después, el 24 de mayo de 1939, el Papa Pío XII la designó basílica menor. La basílica se encuentra actualmente en la Av. Vélez Sarsfield, entre Av. Iriarte y California, en el barrio de Barracas, Ciudad de Buenos Aires.




Por su lado, la famosa Estancia “San Juan” fue dividida entre los 6 hijos de Leonardo y María Antonia. El mayor, Leonardo Pereyra Iraola, obtuvo el sector del casco, el parque y la cabaña de cría, que conservaron el nombre. El otro varón, Martín, y las cuatro hermanas mujeres darían origen con sus porciones al nacimiento de otras estancias: “Santa Rosa”, “Abril” y “Las Hermanas”.

Leonardo Rafael Pereyra Iraola (1870-1943) era el hijo mayor de Leonardo Pereyra y Antonia Iraola. La casa de sus padres contenía una nada despreciable colección de pintura europea original, que atraía a los hombres más importantes de la época, sean políticos, literatos o artistas, y con los que aún de niño conversaba y aprendía. Se graduó de abogado en la Universidad de Buenos Aires, al tiempo que pasaba largos períodos en la estancia familiar aprendiendo los rudimentos de la ganadería. Junto a su padre, fue militante de la Asociación Católica de Buenos Aires.

Al morir su padre, Leonardo Pereyra, el Dr. Pereyra Iraola se hizo cargo de la Estancia “San Juan”, como se dijo, y, mediante las mejores técnicas agropecuarias, la convirtió en quizá la mejor explotación del país. También, como su padre, fue personaje fundamental de la Sociedad Rural Argentina.

Pero, simultáneamente, siguió con su profesión de abogado y hombre público. Como otros miembros del Club Católico, fue uno de los fundadores de la Unión Cívica, y luego siguió a Leandro N. Alem en la fracción que se denominó Unión Cívica Radical, formando parte de la Convención Nacional de 1897 y, posteriormente, de su Comité Nacional. El famoso Jardín de Florida, desde donde se dio comienzo al movimiento revolucionario de 1890, era propiedad de su familia y fue ofrecido por Leonardo.

Así, fue electo diputado nacional en las primeras elecciones realizadas bajo la Ley Sáenz Peña (1914-18). El presidente Hipólito Yrigoyen lo designó vocal del directorio del Banco de la Nación y de la Caja de Conversión. Asimismo, fue miembro fundador de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria desde 1910 hasta su muerte. Estaba casado con María Teresa Lamarca, hija del famoso líder católico Emilio Lamarca, y tuvo con ella 10 hijos.

Martín Pereyra Iraola era el otro hijo varón de Leonardo Pereyra y María Antonia Iraola. Fallecido su padre, quedó como propietario de la Estancia “Santa Rosa”, a la que, en 1904, le realiza mejoras sustanciales. El paisaje es compuesto según los modelos franceses del siglo XIX, y en 1918 comienzan las mejoras edilicias que seguirán durante más de 40 años.

La familia se extiende en numerosas ramas y los vínculos con el Carlismo se pierden. Pero, como recordaba Arturo Jauretche (por ejemplo, en El medio pelo en la sociedad argentina), los Pereyra Iraola se destacaban de entre los miembros de la clase alta por su catolicismo sincero; incluso, comenta en tono de sorna, los varones de la familia eran famosos no sólo por su piedad religiosa (en tiempos donde lo común era que la religión fuese cosa de mujeres), sino también por su castidad.

viernes, octubre 01, 2010

De cómo un escudo en una simple etiqueta de vino puede llevarnos por caminos insospechados

Una linda nota en la bitácora Heráldica en la Argentina.
Estaba pasando unos días en Esperanza, provincia de Santa Fe. Durante una cena me sirvieron un buen vino, un "Federico de Alvear". Cuando me llenaban la copa observé que había un escudo en la etiqueta, que se repetía en el cuello de la botella. [...]

Así llegué a descubrir que en España hay una bodega de igual nombre que usa (o usaba) en sus botellas un escudo similar.

No se trataba, en realidad, sólo de “una bodega del mismo nombre”, sino de la misma bodega, creada en España y que llegó luego a la Argentina.

[...]