La “Carta a los españoles” de la princesa de Beira se convierte en el programa de gobierno de Carlos VII, el duque de Madrid. Ya en septiembre de 1866 requiere a su padre Don Juan que aclara qué hay de cierto respecto a su abdicación y sumisión a Doña Isabel. En esa misma carta, asumiendo la tesis tradicionalista, manifiesta que si los derechos legitimistas han sido abandonados por su progenitor, él está dispuesto a ejercerlos.
Mientras tanto, la situación en la Península se hacía complicada para los liberales en el poder, ya que una vez más la Revolución se devoraba a sus propios hijos. Es que en septiembre del ’68 un golpe de estado depone a Isabel. Mientras la reina liberal marcha al exilio en Francia y el general Serrano entra en Madrid, el liderazgo carlista se solidifica al abdicar Juan III de todas sus pretensiones en su hijo Carlos VII.
El 30 de junio del año siguiente el duque de Madrid envía una carta pública a su hermano Alfonso que se convierte en un verdadero manifiesto programático del Carlismo. Allí se promete la restauración de los fueros, el llamado a Cortes según una estructura tradicional, la promulgación de una Carta constitucional y el seguimiento de una política económica proteccionista.
Durante todo ese año y el siguiente, Carlos VII reorganiza el Partido Carlista como Comunión Católica Monárquica y se le unen muchos isabelinos desengañados.
Mientras en Madrid se “elige” rey al liberal Amadeo de Saboya, el hijo del carcelero del Papa. Las Cortes llaman a elecciones en el ’71 y el Carlismo obtiene 50 diputados y 30 senadores, presididos por el conde de Orgaz.
El crecimiento del Carlismo es impresionante y los liberales amadeístas deben recurrir al fraude. En abril del ’72 la Comunión Católica Monárquica denuncia el fraude y Carlos VII llama a un nuevo alzamiento y se traslada a la frontera franco-española.
El 21 de abril Don Carlos lanza un manifiesto a los españoles. En Navarra se han juntado varios miles de voluntarios y el general Rada –nombrado comandante por el duque de Madrid—parte a su encuentro.
Durante abril se repiten los alzamientos en Vizcaya y Guipúzcoa donde los carlistas parten al monte. Numerosos exiliados, veteranos de anteriores intentos como el cura Santa Cruz, recruzan la frontera y se ponen al mando de los más jóvenes.
El 2 de mayo Carlos VII en persona ingresa en Navarra y se pone al frente de las tropas carlistas en Oroquieta. Allí son sorprendidos por las fuerzas gubernamentales que fuerzan a muchos carlistas y a su rey a recruzar la frontera hacia Francia.
Pero no todo está perdido. En vez de darse por vencidos, los carlistas se alzan por todos lados. Se levantan nuevas partidas en Vizcaya, Cataluña, Navarra, Aragón, Castilla y Guipúzcoa. Otra vez, los veteranos “matiners” catalanes se reorganizan en partidas comandadas por Tristany, Savalls y Castells.
En Amorebieta (Zornotza) un convenio entre liberales y carlistas intenta poner fin a la insurrección, pero los leales a Carlos VII no se dan por vencidos. Y así el 16 de julio Don Carlos, tras reingresar en Navarra, restaura los fueros de la corona de Aragón abolidos por su antepasado Felipe V. En su carácter de comandante general del Principado de Cataluña, su hermano Don Alfonso, publica el manifiesto a sus leales aragoneses, catalanes y valencianos que reciben las noticias con algarabía.
La llamada Tercera Guerra Carlista ha estallado. El gobierno suprime la prensa carlista y persigue a los simpatizantes. Al mismo tiempo se intenta dar una batalla decisiva en el Norte español, pero la derrota gubernamental en Santa Bárbara de Mañeru, da nuevos ímpetus al Carlismo.
Muchos de los firmantes del convenio se declaran en rebeldía. La chispa del alzamiento carlista se multiplica en diciembre del ’72. Muchos veteranos carlistas regresan a la Península. Se organizan nuevas partidas guerrilleras.
En febrero del año siguiente el monarca liberal finalmente abdica y se proclama la Primera República. Los isabelinos que aún dudaban, se suman al bando carlista. El general Dorregaray penetra en tierra española y se hace cargo de 50 mil voluntarios.
En Navarra y en Cataluña los carlistas combaten con éxito a los republicanos. En el curso del ’73 el tradicionalismo se hace fuerte en Navarra y gran parte del territorio catalán. En agosto toman Estella en Navarra, ciudad que se convertirá durante unos años en capital de un verdadero reino carlista independiente presidido por Carlos VII.
Pero los republicanos no se quedan de brazos cruzados. Los carlistas rechazan heroicamente ataques en Mañeru, Conca y el mítico Montejurra. Por su parte, el duque de Madrid contraataca y pone sitio a Bilbao.
Al año siguiente, en febrero, los republicanos intentan en vano levantar el sitio bilbaíno. El frente de Aragón se complica pero al mismo tiempo se obtienen triunfos en Cataluña.
En marzo el mismísimo mariscal Serrano, “protector de la República”, se llega hasta Bilbao con una poderosísima fuerza pero son detenidos en Samorrostro por los carlistas del general Elío. Recién en mayo Serrano logra levantar el sitio, ante una retira carlista en perfecto orden.
Habiendo liberado Bilbao en forma tan lastimosa, los liberales organizan una ofensiva durante junio. En Estella los carlistas detienen el avance, en Abárzuza lo rechazan y en Montemuro los obligan a retirarse. Al mes siguiente, y tras un revés en Gandesa, donde muere heroicamente el coronel Segarra, Don Alfonso lidera a los carlistas catalanes en la toma de Cuenca, a sólo 136 kilómetros de Madrid, ciudad que tras su saqueo es abandonada.
Para septiembre del ’74 los carlistas ocupaban casi todo el País Vasco y la Navarra, excepto las capitales. Al mando del general Lozano, parte entonces una expedición carlista hacia Murcia.
Comprobando que la causa republicana no tendrá éxito aún entre los españoles, las logias deciden jugar la carta isabelina. Es entonces a fin de año que en Sagunto, y luego en Madrid, algunos jefes liberales se pronuncian contra la república y a favor de Don Alfonso, el hijo de Isabel II.
Con el nombre de Alfonso XII, el líder liberal llega a tierra española a comienzos de 1875. En febrero logra escapar por milagro a la derrota de sus partidarios en la batalla de Lácar. Y en los meses siguientes reorganiza sus fuerzas.
Alfonsinos o republicanos, los liberales son igualmente despiadados e intentan someter a la población mediante el miedo y la ambición. En junio comienza el embargo masivo de bienes de sospechosos de carlismo.
Mientras tanto el 3 de julio, Carlos VII juraba los históricos fueros vizcaínos junto al mítico árbol de Guernica, acompañado de su padre, su mujer y cuñado, y muchos de sus jefes militares. Este hecho fue muy celebrado por los vascos emigrados en la Argentina.
A fines de agosto cae Seo de Urgel, heroicamente defendida por los carlistas al mando de Tristany, Savalls, Castells y Dorregaray durante meses.
Terminada la campaña catalana, a comienzos del ’76 los alfonsinos dan inicio a una feroz ofensiva en el Norte español. Martínez Campos ocupa el valle del Baztán, Jenaro de Quesada reprime Vizcaya y Guipúzcoa, mientras que Primo de Rivera arremete contra Estella –la capital carlista.
Los carlistas defienden Estella desde el Montejurra. Detienen el avance pero al saberse muy inferiores en número, se retiran ordenadamente, cayendo dos días después la capital de Don Carlos.
El 28 de febrero de 1876 en Valcarlos, cerca de la frontera con Francia, Carlos VII se despide sus voluntarios y termina con una promesa eterna: “¡Volveré!”
Mientras tanto, la situación en la Península se hacía complicada para los liberales en el poder, ya que una vez más la Revolución se devoraba a sus propios hijos. Es que en septiembre del ’68 un golpe de estado depone a Isabel. Mientras la reina liberal marcha al exilio en Francia y el general Serrano entra en Madrid, el liderazgo carlista se solidifica al abdicar Juan III de todas sus pretensiones en su hijo Carlos VII.
El 30 de junio del año siguiente el duque de Madrid envía una carta pública a su hermano Alfonso que se convierte en un verdadero manifiesto programático del Carlismo. Allí se promete la restauración de los fueros, el llamado a Cortes según una estructura tradicional, la promulgación de una Carta constitucional y el seguimiento de una política económica proteccionista.
Durante todo ese año y el siguiente, Carlos VII reorganiza el Partido Carlista como Comunión Católica Monárquica y se le unen muchos isabelinos desengañados.
Mientras en Madrid se “elige” rey al liberal Amadeo de Saboya, el hijo del carcelero del Papa. Las Cortes llaman a elecciones en el ’71 y el Carlismo obtiene 50 diputados y 30 senadores, presididos por el conde de Orgaz.
El crecimiento del Carlismo es impresionante y los liberales amadeístas deben recurrir al fraude. En abril del ’72 la Comunión Católica Monárquica denuncia el fraude y Carlos VII llama a un nuevo alzamiento y se traslada a la frontera franco-española.
El 21 de abril Don Carlos lanza un manifiesto a los españoles. En Navarra se han juntado varios miles de voluntarios y el general Rada –nombrado comandante por el duque de Madrid—parte a su encuentro.
Durante abril se repiten los alzamientos en Vizcaya y Guipúzcoa donde los carlistas parten al monte. Numerosos exiliados, veteranos de anteriores intentos como el cura Santa Cruz, recruzan la frontera y se ponen al mando de los más jóvenes.
El 2 de mayo Carlos VII en persona ingresa en Navarra y se pone al frente de las tropas carlistas en Oroquieta. Allí son sorprendidos por las fuerzas gubernamentales que fuerzan a muchos carlistas y a su rey a recruzar la frontera hacia Francia.
Pero no todo está perdido. En vez de darse por vencidos, los carlistas se alzan por todos lados. Se levantan nuevas partidas en Vizcaya, Cataluña, Navarra, Aragón, Castilla y Guipúzcoa. Otra vez, los veteranos “matiners” catalanes se reorganizan en partidas comandadas por Tristany, Savalls y Castells.
En Amorebieta (Zornotza) un convenio entre liberales y carlistas intenta poner fin a la insurrección, pero los leales a Carlos VII no se dan por vencidos. Y así el 16 de julio Don Carlos, tras reingresar en Navarra, restaura los fueros de la corona de Aragón abolidos por su antepasado Felipe V. En su carácter de comandante general del Principado de Cataluña, su hermano Don Alfonso, publica el manifiesto a sus leales aragoneses, catalanes y valencianos que reciben las noticias con algarabía.
La llamada Tercera Guerra Carlista ha estallado. El gobierno suprime la prensa carlista y persigue a los simpatizantes. Al mismo tiempo se intenta dar una batalla decisiva en el Norte español, pero la derrota gubernamental en Santa Bárbara de Mañeru, da nuevos ímpetus al Carlismo.
Muchos de los firmantes del convenio se declaran en rebeldía. La chispa del alzamiento carlista se multiplica en diciembre del ’72. Muchos veteranos carlistas regresan a la Península. Se organizan nuevas partidas guerrilleras.
En febrero del año siguiente el monarca liberal finalmente abdica y se proclama la Primera República. Los isabelinos que aún dudaban, se suman al bando carlista. El general Dorregaray penetra en tierra española y se hace cargo de 50 mil voluntarios.
En Navarra y en Cataluña los carlistas combaten con éxito a los republicanos. En el curso del ’73 el tradicionalismo se hace fuerte en Navarra y gran parte del territorio catalán. En agosto toman Estella en Navarra, ciudad que se convertirá durante unos años en capital de un verdadero reino carlista independiente presidido por Carlos VII.
Pero los republicanos no se quedan de brazos cruzados. Los carlistas rechazan heroicamente ataques en Mañeru, Conca y el mítico Montejurra. Por su parte, el duque de Madrid contraataca y pone sitio a Bilbao.
Al año siguiente, en febrero, los republicanos intentan en vano levantar el sitio bilbaíno. El frente de Aragón se complica pero al mismo tiempo se obtienen triunfos en Cataluña.
En marzo el mismísimo mariscal Serrano, “protector de la República”, se llega hasta Bilbao con una poderosísima fuerza pero son detenidos en Samorrostro por los carlistas del general Elío. Recién en mayo Serrano logra levantar el sitio, ante una retira carlista en perfecto orden.
Habiendo liberado Bilbao en forma tan lastimosa, los liberales organizan una ofensiva durante junio. En Estella los carlistas detienen el avance, en Abárzuza lo rechazan y en Montemuro los obligan a retirarse. Al mes siguiente, y tras un revés en Gandesa, donde muere heroicamente el coronel Segarra, Don Alfonso lidera a los carlistas catalanes en la toma de Cuenca, a sólo 136 kilómetros de Madrid, ciudad que tras su saqueo es abandonada.
Para septiembre del ’74 los carlistas ocupaban casi todo el País Vasco y la Navarra, excepto las capitales. Al mando del general Lozano, parte entonces una expedición carlista hacia Murcia.
Comprobando que la causa republicana no tendrá éxito aún entre los españoles, las logias deciden jugar la carta isabelina. Es entonces a fin de año que en Sagunto, y luego en Madrid, algunos jefes liberales se pronuncian contra la república y a favor de Don Alfonso, el hijo de Isabel II.
Con el nombre de Alfonso XII, el líder liberal llega a tierra española a comienzos de 1875. En febrero logra escapar por milagro a la derrota de sus partidarios en la batalla de Lácar. Y en los meses siguientes reorganiza sus fuerzas.
Alfonsinos o republicanos, los liberales son igualmente despiadados e intentan someter a la población mediante el miedo y la ambición. En junio comienza el embargo masivo de bienes de sospechosos de carlismo.
Mientras tanto el 3 de julio, Carlos VII juraba los históricos fueros vizcaínos junto al mítico árbol de Guernica, acompañado de su padre, su mujer y cuñado, y muchos de sus jefes militares. Este hecho fue muy celebrado por los vascos emigrados en la Argentina.
A fines de agosto cae Seo de Urgel, heroicamente defendida por los carlistas al mando de Tristany, Savalls, Castells y Dorregaray durante meses.
Terminada la campaña catalana, a comienzos del ’76 los alfonsinos dan inicio a una feroz ofensiva en el Norte español. Martínez Campos ocupa el valle del Baztán, Jenaro de Quesada reprime Vizcaya y Guipúzcoa, mientras que Primo de Rivera arremete contra Estella –la capital carlista.
Los carlistas defienden Estella desde el Montejurra. Detienen el avance pero al saberse muy inferiores en número, se retiran ordenadamente, cayendo dos días después la capital de Don Carlos.
El 28 de febrero de 1876 en Valcarlos, cerca de la frontera con Francia, Carlos VII se despide sus voluntarios y termina con una promesa eterna: “¡Volveré!”
Superior: Retrato de Carlos VII.
Inferior: Imagen de la Tercera Guerra Carlista, cuadro de Augusto Ferrer Dalmau.
Ese cuadro de Ferrer Dalmau sobre la guerra carlista de 1872 es un anacronismo. Esos carlistas con banderas de la cruz de Borgoña no pintan nada en esa época.
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