El presente artículo del prof. Sánchez Parodi fue publicado en la revista Anales de la Fundación Elías de Tejada, Año XV (2009), pp.159-170. Lo transcribimos a continuación debido a la importancia de la investigación, complementaria de la publicada por don Bernardo P. Lozier Almazán, Presencia carlista en Buenos Aires (Buenos Aires: Librería y Editorial Santiago Apóstol, 2002), y por la mala experiencia que hemos tenido en el pasado con la caída de sitios en internet y cortes de enlaces, perdiéndose para siempre interesantes trabajos. Desde ya que no pretendemos violar derechos de autor, por lo que si el autor, la revista, la fundación o quienes sea titulares de los mismos consideran que podríamos estar cayendo en esta transgresión, no tienen más que comunicarse con nosotros a nuestro correo electrónico y procederemos inmediatamente a quitarlo.
Don Horacio Marcelo Sánchez de Loria Parodi es Abogado y Doctor en Derecho por la Universidad Nacional de Buenos Aires y Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra (España). Es profesor de grado en la Universidad del Museo Social Argentino y de postgrado en otras del país y el exterior. Participa anualmente en las Semanas Tomistas de la Sociedad Tomista Argentina y es caballero de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén, entre otras distinciones.
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CARLOS VII EN LA ARGENTINA
Por HORACIO M. SÁNCHEZ DE LORIA PARODI (*)
Por HORACIO M. SÁNCHEZ DE LORIA PARODI (*)
1. LA LLEGADA
Luego de un amplio periplo hispanoamericano que abarcó Jamaica, Panamá, Perú, Chile y Uruguay, el martes 9 de agosto de 1887 arribó a la ciudad de Buenos Aires Don Carlos María de los Dolores de Borbón y Austria. Éste acompañado por un pequeño séquito fue recibido en el puerto por unos quinientos carlistas exiliados, quienes habían llegado a estas tierras luego de la derrota en la tercera guerra de 1876 (1)
El país cambiaba vertiginosamente por aquellos años al compás de una notable transformación económico-social (2).
Entre 1869 y 1895 la población aumentó más del doble debido a la gran cantidad de inmigrantes que llegaron a estas playas (3), y la ciudad capital dejaba atrás a la gran aldea y se transformaba en una orbe cosmopolita que emulaba a París por sus grandes palacios (4).
La prensa católica destacaba entre el séquito la presencia del padre Francisco Aspiroz, su capellán en la última contienda bélica (5).
El barco que lo transportaba venía de Montevideo adonde había llegado el 5 de agosto, y en donde también había recibido una calurosa recepción especialmente de parte de ex combatientes carlistas radicados en la banda oriental.
El día anterior a su llegada a la Argentina se había reunido con el presidente de la República Oriental del Uruguay, Teniente General Máximo Tejas, y había concurrido al teatro San Felipe en donde saludó al conocido actor español José Valero, quien estaba en una gira por estos países (6).
En Buenos Aires Don Carlos se hospedó en el Grand Hotel, en pleno centro de la ciudad, que pronto se transformó en una verdadera romería, como decían las crónicas periodísticas, debido a la gran cantidad de gente que al
(...) enterarse de su presencia quería tener el honor de saludar al Conde de Breus que con toda amabilidad los recibía (7).
Apenas llegado recorrió las calles de la ciudad, visitó la Catedral Metropolitana, siendo recibido por el Arzobispo de Buenos Aires Federico Aneiros. También estuvo con el Rector del Seminario Metropolitano y con el Superior de la Compañía de Jesús (8).
Por la noche asistió al Teatro Colón a presenciar la opera La Gioconda de Amilcare Ponchielli (9), acompañado por Emilio Lamarca, Leonardo Pereyra y César González Segura. Cuenta la crónica periodística que ni bien se sentó en el palco avant escene de Pereyra todas las miradas confluyeron en él (10).
2. AGASAJOS EN BUENOS AIRES
Al otro día de su arribo un grupo de sacerdotes y laicos españoles representados por el padre Faustino Lamas Rancaño, párroco del Carmen de las Flores, lo homenajearon y le manifestaron su lealtad en un cálido acto.
Tiempo después Don Carlos retribuyó aquél homenaje enviándole su retrato al sacerdote con una amable dedicatoria, que aludía a la hospitalidad de esta tierra, y en la que le recordaba el homenaje del jueves 10 de agosto de 1887 y le enviaba a él y
(...) a los carlistas residentes en esa tierra eminentemente hospitalaria, un afectuoso saludo (11).
El 10 de agosto la Comisión Directiva de la Asociación Católica resolvió brindarle un agasajo a la hora del té (12).
La Asociación Católica era una institución nacida en Buenos Aires en abril de 1883, que se extendió paulatinamente por todo el país, que congregaba a los principales militantes católicos –una minoría desde el punto de vista cuantitativo– que defendían la tradición cristiana en el ámbito público y resistían el avance del laicismo motorizado por el naciente Estado (13).
La presidía José Manuel Estrada y actuaban como vicepresidentes primero y segundo, Emilio Lamarca y Gerónimo Cortés respectivamente.
Estaban en la Comisión Directiva: Pedro Goyena, Alejo de Nevares, Apolinario Casabal, Eduardo Carranza, Enrique Lezica, Juan M. Terrero, Tomás Anchorena y Aurelio Espínola.
La tónica de la institución se ve reflejada en el discurso inaugural que brindó Estrada:
Venimos a alarmar conciencias, a despertar dormidos, a reanimar pusilánimes, a enardecer espíritus, a vincular corazones, a disciplinar para las batallas del Señor ¡generaciones enteras han escondido la lámpara debajo del celemín! Mientras los creyentes han dormido el liberalismo ha velado. Hoy como ayer nos circunda y nos ofrece en signo de paz el beso de Getsemaní... Señores ha llegado la hora de vigilar (14).
Justamente cinco años antes de este viaje, en agosto de 1882, los militantes de Buenos Aires habían fundado el diario La Unión, cuyo lema era Pro Aris et Focis, por los altares y los hogares aludiendo a lo más preciado de la sociedad, que apareció hasta 1890 y en cuya redacción participaron los más importantes dirigentes del momento; la hoja actuaba como órgano de difusión de la Asociación Católica (15).
Al otro día de su llegada el periódico saludaba el arribo del Duque de Madrid a la capital porteña y le auguraba lo mejor.
No era éste el único diario que expresaba el pensamiento ultramontano; existían otros en el interior del país que actuaban coordinadamente como por ejemplo El Porvenir en Córdoba o bien La Esperanza en Salta, El Argentino de Paraná (Entre Ríos), o El Creyente de Catamarca, en tanto representaban a las respectivas asociaciones de las provincias. Todos ellos también lo saludaron calurosamente y le expresaron su bienvenida.
El 14 de agosto La Unión destacaba que
Cada día está siendo objeto de nuevos agasajos el ilustre huésped que tenemos entre nosotros.
La Tribuna Nacional, un diario cercano al gobierno, hacía notar en cambio que si bien ellos estaban en las antípodas de su pensamiento, no podía desconocerse el hecho real de que
(...) no ha mucho tiempo estaba al frente de un pueblo enérgico y valeroso de 40.000 hombres dominando las montañas de la Euskaria, teniendo en jaque los gobiernos de Madrid, el ejército y la armada de España para mantener con ellos una lucha titánica de siete años (16).
El periódico destacaba que los principios que representaba Carlos de Borbón se habían hundido en el polvo de las edades, pero sin embargo su persona
(...) inspira un vivo interés, una punzante curiosidad que lo mantiene siempre erguido en medio de las oleadas de acontecimientos, cambios y transformaciones contemporáneas. Su causa está perdida, el éxito no corona su frente, sus fortunas disipadas, sus caudillos dispersos. Sobre esa cabeza de príncipe batallador fulgura una chsipa de fuego sagrado de nuestros ascendientes: es soñador, idealista, creyente y une a estas potencias del alma el valor heróico que lucha hasta lo imposible para alcanzar el ideal de sus caros fanatismos.
La hoja liberal expresaba el sentir de mucha gente, especialmente de la dirigencia política y cultural que veía atrayante la figura del visitante y de allí la gran expectativa que despertó su presencia en la ciudad, mas allá de que los principios que encarnaba se considerasen anacrónicos, pues habían sido barridos por la modernidad.
De hecho estuvo con el presidente de la República Miguel Juárez Celman, conoció y fue agasajado por muchas familias porteñas, visitó el hipódromo de la ciudad y el vicepresidente de la nación, Carlos Pellegrini, de quien se hizo muy amigo, lo paseó por los lugares céntricos más importantes.
El periódico católico El Argentino de Paraná (Entre Ríos) lo definía como la personificación de la probidad y la virtud, y la redacción de la hoja se asociaba afectuosamente
(...) con los que en celebración del feliz arribo a la Capital Federal han recibido al ilustre Duque de Madrid, al que desean gratísima permanencia, feliz regreso a Europa y dichoso porvenir (17).
Como homenaje a su presencia en el país el diario entrerriano reprodujo la carta que el 4 de julio de 1869 Don Carlos, desde el exilio en París, le enviara a su hermano Alfonso de Borbón, quien estaba peleando en defensa del Papa, en la que exponía los principios de su futuro gobierno (18).
Leandro Pereyra, un verdadero pionero de la agricultura y la ganadería lo invitó a su estancia modelo San Juan (hoy parque provincial Pereyra Iraola) ubicada a pocos kilómetros del puerto, muy cerca de La Plata, la capital de la provincia de Buenos Aires (19). También recorrió esta flamante ciudad –había sido fundada el 12 de noviembre de 1882 por el gobernador Dardo Rocha– y almorzó con el gobernador de la provincia de ese momento, Máximo Paz.
Con alrededor de veinte personas partió desde la estación central a las 10 de la mañana rumbo a la estancia, en la que se vivió una auténtica fiesta familiar. El homenajeado visitó todas las instalaciones y montó a caballo junto a sus amigos. Entre otros estaban Emilio Lamarca, consuegro del dueño de casa, José, Francisco y Rómulo Ayerza, Alberto Serantes y parte de su séquito. Hacia las 4 de la tarde regresaron a la ciudad.
El mismo 14 de agosto a la noche el dirigente católico Emilio Lamarca le ofreció un banquete al que concurrieron prácticamente la totalidad de los militantes de la institución. La prensa refería la presencia del arzobispo Federico Aneiros, Juan Nepomuceno Terrero, José Manuel y Angel Estrada y también del gobernador de la provincia de Santa Fé José Gálvez (20).
Emilio Lamarca era ya en ese momento un destacado intelectual que tendría una larga y variada actuación pública. Tres años antes había sido dejado cesante –como otros tantos dirigentes católicos– de su cátedra de Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, a raíz de haberse solidarizado con el Vicario Capitular de Córdoba Jerónimo Clara enfrentado con el gobierno (21).
Al llegar a Buenos Aires Don Carlos se conectó inmediatamente con Lamarca pues en Chile se lo habían recomendado el militante católico Carlos Walker Martínez y su primo hermano Joaquín Walker Martínez (ambos dirigentes conservadores y diputados nacionales en el país trasandino) (22).
El 15 de agosto otro pionero agropecuario de la provincia de Buenos Aires, Domingo Frías amigo de Leonardo Pereyra, también lo agasajó en su estancia ubicada en el pueblo de Mercedes (23).
En principio parece que Don Carlos pensaba volver a Europa el 17 de agosto en el paquete inglés La Plata que lo trasladaría a Southampton (24), pero decidió quedarse unos días más –estuvo unos quince días en total en suelo argentino– debido a la hospitalidad y el cariño que recibió aquí de tanta gente.
Aprovechó entonces para cumplir su deseo de conocer la provincia de Córdoba, tan ligada históricamente a la tradición hispana, a la que partió el 18 de agosto en tren especial que mandó despachar Marcos Juárez, hombre influyente, hermano del Presidente de la Nación, quién a los dos años sería gobernador de la provincia mediterránea (25).
Salieron de la estación de Buenos Aires y en el viaje lo acompañaron algunos amigos, despedidos todos en el andén por el presidente de la República Miguel Juárez Celman (26).
3. VIAJE A CÓRDOBA
En el trayecto de Buenos Aires a Córdoba Don Carlos conoció la ciudad de San Nicolás, en la que fue homenajeado por un grupo de carlistas navarros que vivían allí, y luego visitó Rosario. Una crónica que apareció en el diario La Capital de la ciudad santafesina y que reprodujo El Argentino de Paraná, expresaba que aunque el Duque de Madrid pretendió ser invisible, cuando se lo vio comiendo con Marcos Juárez en el hotel del ferrocarril en donde se alojó por un día, gran cantidad de personas lo saludaron afectuosamente (27).
En la estación de trenes de Córdoba lo esperaban los dirigentes de la Asociación Católica de la provincia encabezados por el vicepresidente Simeón S. Aliaga y el Superior de los jesuitas Juan Cherta, quienes lo acompañaron hasta el Hotel de la Paz, ubicado en el centro de la ciudad.
Allí recibieron la visita de los restantes miembros de la Asociación Católica, quienes lo agasajaron cálidamente.
El Conde de Melgar, secretario de Don Carlos, ha descrito la amabilidad con que fueron recibidos en la provincia mediterránea y la especial diligencia que mostró Marcos Juárez Celman, quien incluso mandó suspender la circulación de los tranvías e incautarlos para uso del visitante y sus amigos (28).
El hermano del presidente y futuro gobernador los agasajó en todo momento a pesar de algún disgusto por la presencia permanente de los dirigentes católicos cordobeses, con quienes debido a sus posiciones políticas no tenía ningún contacto (29).
La comitiva conoció los lugares más importantes de la ciudad, fueron visitados por las autoridades eclesiásticas y el ilustre huésped llegó a jugar a la taba, un característico juego criollo.
El 20 de agosto y horas antes de partir de la provincia, en los salones del Club Social fue homenajeado por los dirigentes de la Asociación Católica. Hizo uso de la palabra Simeón S. Aliaga y respondió al brindis Don Carlos haciendo votos por el progreso de la institución y de Córdoba. El doctor Juan M. Garro le regaló un ejemplar de su libro Bosquejo histórico de la Universidad de Córdoba, publicado cinco años antes.
Luego lo acompañaron a la estación y allí Don Carlos regaló a la Asociación Católica un retrato suyo autografiado como recuerdo de su paso por Córdoba.
El 21 de agosto el diario satírico La Carcajada (30) aludía a que por primera vez por las calles de la capital cordobesa había transitado una persona que si no ostentaba sobre su cabeza la corona de rey de España se debía simplemente a que la suerte le había sido adversa en la guerra, y recordó el almuerzo en que jugó por primera vez a la taba.
Y el 24 de agosto el diario católico El Porvenir redactado por el padre Jacinto Ríos publicó una extensa y laudatoria biografía de Don Carlos, que reprodujeron los demás diarios ultramontanos, como homenaje a su presencia en la región (31).
4. REGRESO A BUENOS AIRES
Vuelto a Buenos Aires Don Carlos continuó su intensa vida social y cultural.
Al otro día, el 22 de agosto, fue el invitado especial a una reunión seguida de baile en la casa de la familia Amstrong-Dose al que concurrieron más de quinientas personas, entre ellas el presidente de la República Miguel Juárez Celman y su familia, el vicepresidente Carlos Pellegrini, Torcuato de Alvear y su familia, la señora del ex presidente (fallecido) Marco Avellaneda, Carmen Nóbregas de Avellaneda, el ex vicepresidente Mariano Acosta (32).
Ya desde diez días antes el diario El Nacional hacía votos para que se realizara esa fiesta, que reuniría decía a toda la sociedad porteña.
El 23 de agosto, víspera de su partida a Europa, el Duque de Madrid ofreció un banquete de agradecimiento a sus amigos de Buenos Aires, al que concurrieron por supuesto su séquito, los dirigentes católicos y también personalidades políticas con las que había tenido un trato afectuoso como el vicepresidente Carlos Pellegrini y Bartolomé Mitre y Vedia, el hijo del ex presidente Bartolomé Mitre (1862-1868) (33).
5. LA ASOCIACIÓN CATÓLICA
Además de ser sus principales anfitriones, los militantes de la Asociación Católica tuvieron una cercanía muy especial con Don Carlos, basada fundamentalmente en el vínculo profundo de la Fe y una cosmovisión cristiana común sobre la vida pública.
La visita del Duque de Madrid representó para ellos un espaldarazo y un aliciente para continuar con ímpetu la lucha política.
Para mejor el cariño que mostró hacia la Argentina, las actitudes, el carácter cálido y seguro de Don Carlos reflejaba un espíritu análogo al de ellos, siempre preocupados para que su pensamiento y su acción no transpirasen ningún tipo de agravio o rencor como decía José Manuel Estrada.
Y así lo hicieron saber a través de los órganos de difusión del grupo, que caracterizaron al Duque de Madrid como un hombre marcado por el sello augusto y misterioso que da la desgracia.
Él es el legítimo representante de la España católica y tradicional. Con él pues estamos estrechamente unidos por los vínculos de la fe, de la raza, de la lengua y de las más gloriosas tradiciones (34).
También expresaron su alegría por compartir en un todo los grandes principios políticos expuestos por Don Carlos en la carta a su hermano Alfonso de 1869, que anticipaban su testamento político de 1897.
Destacaban los militantes católicos argentinos que esos principios fundamentales, adecuándolos a nuestras circunstancias, constituían sus banderas políticas:
Yo no debo ni quiero ser rey sino de todos los españoles, a ninguno rechazo, ni aún a los que se digan mis enemigos, a todos llamo, aún a los que parecen más extraviados y los llamo afectuosamente en nombre de la patria (...), las dificultades son imponderables y no sería hacedero vencerlas sin el consejo de los varones más imparciales y probos del reino, congregando en Cortes que verdaderamente representen todas las fuerzas vivas y todos los elementos conservadores (...). La España antigua necesitaba grandes reformas, en la España moderna han ocurrido grandes trastornos. Mucho se ha destruido, poco se ha reformado. Murieron antiguas instituciones, algunas de las cuales no pueden renacer, Háse intentado crear otras nuevas que ayer vieron la luz y se están muriendo. Con haberse hecho tanto, está por hacerse casi todo. España tiene hambre y sed de justicia, tiene la imperiosa necesidad de un gobierno digno, enérgico, justiciero y honrado (...). España no quiere que se ultraje ni se ofenda la Fe de sus padres (...). España está resuelta a conservar a todo trance la unidad católica, símbolo de nuestras leyes, bendito lazo de unión entre todos los españoles (...). Ama el pueblo español la descentralización y siempre la amó y bien sabes mi querido Alfonso que si se cumpliera mi deseo, así como el espíritu revolucionario pretende igualar las provincias vascas a las restantes de España, todas estas semejarían o se igualarían en su régimen interior con aquellas afortunadas y nobles provincias. Yo quiero que el municipio tenga vida propia y que las tengan las provincias, previniendo sin embargo y procurando evitar abusos posibles (...) Quiero dar a España la libertad que solo conoce de nombre, la libertad que es hija del Evangelio, la libertad que es el reinado de las leyes cuando las leyes son justas, esto es conforme al derecho de naturaleza, al derecho de Dios (...) no era el pueblo para el rey, sino el rey para el pueblo, que un rey debe ser el hombre más honrado de su pueblo como es el primer caballero y que debe gloriarse con el título de padre de los pobres y tutor de los débiles (...) Debemos moralizar la administración, fomentar la agricultura, proteger la industria. Progresar protegiendo debe ser nuestra fórmula (...). La España antigua fue buena para los pobres, no lo ha sido la revolución (35).
El momento que vivían los militantes argentinos no era el ideal: el proceso de secularización se desenvolvía raudamente (36) y sumado a ello las divisiones internas, las discusiones relacionadas con la manera concreta de actuar en la vida pública, las alianzas para enfrentar al oficialismo y la derrota en las elecciones nacionales de 1886 que consagraron la fórmula Juárez Celman-Pellegrini, los habían desgastado notoriamente Tan es así que la Unión Católica, el partido surgido del seno de la asociación para participar en los comicios estaba en franco proceso de disolución (37).
Pocos años después también se irían diluyendo las asociaciones de todo el país.
En 1891 Isaac Pearson, un dirigente de la capital, ensayaba una autocrítica sobre la poco llegada que tenían los católicos a la clase obrera y trabajadora, pero de todos modos sostenía que para esa fecha
No era posible reunir un centenar de hombre en proclamación de los principios católicos. La última citación de la Asociación Católica para visitar los sagrarios el jueves santo no había alcanzado a congregar a catorce personas. No eran ciertamente los únicos católicos de la capital, pero entonces para encontrarlos había que penetrar en los reductos amurallados de la familia (38).
No obstante lo cual siguieron su lucha, es cierto que sin una coordinación muy orgánica, más bien individualmente apoyando luego de la crisis del noventa la administración de Luis Sáenz Peña y posteriormente en 1912 la de su hijo Roque Sáenz Peña.
Desencantados de las luchas electorales, paulatinamente fueron centrando su atención en el plano social, que despuntaba en ese momento con gran virulencia, y también en el mundo de la educación en todos los niveles.
Evidentemente el clima político les fue adverso y por eso siempre tuvieron que optar entre grandes dificultades, lo que por otra parte hizo más meritoria su labor.
La falta de un foco de atracción tradicional que los cobijase, la escasez de maestros y de una escuela formativa actualizada, conspiró también contra su formación integral y una sólida estructuración interna.
6. LA DESPEDIDA
Pero la obra ya estaba realizada y Don Carlos muy agradecido por la hospitalidad de esta tierra se despidió de todos a través de una esquela que publicaron los diarios católicos un día antes de su partida.
Era muy difícil reunir a la cantidad inmensa de personas que había conocido en la Argentina en esos pocos días, por eso optó por ese medio
Sin tiempo para despedirme de las numerosas personas que me han dispensado amable y fina acogida, el que suscribe siente en el momento de dejar esta hermosa capital y su sociedad distinguidísima la necesidad de manifestar públicamente su profundo agradecimiento por tantas bondades, esperando ordenes en el Palacio de Loredan, Venecia, donde tienen su casa (39).
El 24 de agosto dejó Buenos Aires, y se embarcó en el vapor Senegal que se dirigió primeramente hacia el Uruguay para luego partir hacia el Brasil desde donde emprendería su regreso a Europa.
Y estando frente al puerto de Montevideo no pudo olvidar a sus ex combatientes en la última guerra carlista, y les dirigió esta carta a «mis fieles soldados emigrados en el Uruguay y en la República Argentina», que publicaron los diarios católicos con elogiosos comentarios.
Se nota en ella la emoción que lo embargaba al despedirse del Río de la Plata y también el respeto y el agradecimiento a estos pueblos hospitalarios.
No me es posible separarme de vosotros sin que broten de mis labios los sentimientos que embargan mi alma. A vuestro lado he revivido estos días la patria bendita, porque vosotros la lleváis en vuestros corazones, como yo en el mío. Desde el Paraná hasta el Estrecho de Magallanes y desde la Tierra del Fuego hasta el Río de la Plata he recorrido con respeto y asombro el grandioso teatro de las hazañas de vuestros abuelos. Perpetuadores de aquella raza de gigantes, vosotros mantenéis en las repúblicas hispanoamericanas el nombre español a la altura que se merece. Allí donde Balboa y Pizarro, Valdivia y Garay dieron al mundo el espectáculo del mayor heroísmo que han visto los siglos, vosotros dais ahora el de la mayor fidelidad que registra la historia. Gracias mis valientes soldados por los consuelos que de vosotros he recibido. Por donde quiera que he pasado los he oído citar como personificación de todas las virtudes tradicionales de nuestro pueblo: constancia, bravura, honradez, nobleza de carácter, religiosidad. Y el corazón me saltaba de orgullo dentro del pecho recordando que erais los invencibles leones, tantas veces admirados por mí en los campos de batalla. No en vano conserva Dios a España esta reservada gloria al otro lado de los mares.Vuestra presencia y el culto que tributáis a las tradiciones de vuestros padres bastarían para darme la seguridad de que ha de llegar el día de la justicia si por acaso –lo que nunca sucederá– flaquease la fe indominable que abrigo en la restauración de nuestra Patria. No os digo adiós. Espero firmemente veros de nuevo a todos en torno mío. La justicia y la misericordia divina dirán el día. Entre tanto continuad haciéndoos dignos de la hospitalidad que os dan estos pueblos generosos y nobles como hermanos que son vuestros y estad seguros del imperecedero recuerdo que de vosotros llevo. Carlos (40).
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(*) Universidad del Museo Social Argentino.
(1) Lozier Almazán, B., Presencia carlista en Buenos Aires, ed Santiago Apóstol, Buenos Aires, 2002, págs. 21-26.
(2) El notable aumento de la producción agrícola-ganadera, el auge del ferrocarril, si bien con precios garantizados y con una tendencia centralizadora hacia Buenos Aires y Rosario y ciertas industrias ligadas a ellas y la paulatina inserción en el mercado mundial como exportador de materias primas modificaron profundamente la estructura económica. Pero el predominio del positivismo cambió el tono cultural y profundizó el proceso laicista. H.S. Ferns, Britain and Argentina in the Ninetheenth Century, Oxford and the Clarendon Press, Oxford, 1960; E. Gallo, R. Cortés Conde, La república conservadora, ed Paidós, Buenos Aires, 1995.
(3) Según datos de la embajada de España en la Argentina en esos momentos había alrededor de 40.000 españoles residiendo en el país.
(4) Al poco tiempo de abandonar estas tierras del Río de la Plata, el 8 de octubre de 1887 Don Carlos le decía al marqués de Valdespina que en el Río de la Plata había encontrado «la más inaudita prosperidad que registran nuestros tiempos». B. Lozier Almazán, Presencia..., op. cit., pág. 26.
(5) La Unión, 10 de agosto de 1887. En el séquito estaban su secretario Francisco Martín de Melgar y Rodríguez Carmona, el oficial José María de Orbe y Gaytan de Ayala, vizconde de Orbe y el teniente coronel médico Clemente de Coma y Forgs.
(6) También actuó en la provincia de Córdoba pocos días después de que estuviera allí el Duque de Madrid. La Prensa, 9 de agosto de 1887.
(7) La crónica aludía a la figura amable y de arrogante porte de Don Carlos. La Voz de la Iglesia, 11 de agosto de 1887.
(8) Lozier Almazán, B., Presencia...op.cit., pág. 22.
(9) La opera basada en el drama Angelo tirano de Padua de Víctor Hugo, había sido estrenada por primera vez en la Scala de Milán el 8 de abril de 1876.
(10) El Nacional, 10 de agosto de 1887.
(11) Lozier Almazán, B., Presencia, op. cit., pág. 23.
(12) La Unión, 10 de agosto de 1887.
(13) Existía desde tiempo antes un Club Católico, pero esta nueva institución se proponía organizar más sistemáticamente a los militantes en todo el país teniendo en cuenta la situación social y pretendía además participar activamente en los procesos electorales. De hecho la asociación organizó el primer congreso de los católicos argentinos en agosto de 1884 y fundó la Unión Católica, un partido que entre 1885 y 1886 intervino en diversas elecciones. Hemos tratado con más detenimiento este tema especialmente en: El pensamiento jurídico-político de José Benjamín Gorostiaga, ed Quorum, Buenos Aires, 2006, y El pensamiento jurídico-político de Tristán Achával Rodríguez, ed Quorum, Buenos Aires, 2009.
(14) Junto a la Asociación Católica en Buenos Aires existió también la Sociedad Juventud Católica nacida en 1881 por iniciativa de Luis Gonzaga Repetto de extensa actuación a lo largo de cuarenta años. La Sociedad fundó también un pequeño periódico La Esperanza que se publicó durante casi treinta años, en donde militaron varios actores de la época. También existía la Sociedad San Vicente de Paul, de fines caritativos, pero en la cual militaban la mayoría de los personajes del ochenta. N. T. Auza, Católicos y Liberales en la generación del ochenta, Buenos Aires, 19, págs. 162-166.
(15) En el mismo año apareció La Voz de la Iglesia, órgano oficioso del Arzobispado de Buenos Aires, cercano a la hoja de los militantes laicos, pero dedicado a brindar más informaciones religiosas que políticas.
(16) La Tribuna Nacional, 9 de agosto de 1887.
(17) El Argentino, 13 de agosto de 1887.
(18) El Argentino, 10 de agosto de 1887.
(19) Leonardo Pereyra (1834-1899) fue un verdadero pionero de la industria ganadera en la Argentina. Entre 1855 y 1858 recorrió varios países europeos estudiando la cría y la cruza de ganado. Introdujo en el país animales de pura raza como el Shorthorn y el toro Niágara, el primer Hereford. Importó además equinos, ovinos y una serie de animales exóticos. También fue un gran coleccionista de arte y estuvo relacionado a la naciente industria ferroviaria. C. Sesto, La vanguardia ganadera de fines del siglo XIX, 1856-1900, Buenos Aires.
(20) La Unión, 14 de agosto de 1887.
(21) Sánchez de Loria Parodi, H. M., El pensamiento juridico-político de Tristán Achával Rodríguez, Buenos Aires, 2009, pp 188-193.
(22) La Unión, 10 de agosto de 1887. Emilio Lamarca había nacido en Chile en la ciudad de Valparaíso en 1841, a raíz de que sus padres se habían exiliados por su oposición a Rosas. Lmarca se radicó en Buenos Aires en 1880. El diario La Prensa del mismo día hacer referencia a que también los chilenos le habrían hablado de Leonardo Pereyra, consuegro de Lamarca (María Teresa Lamarca hija de Emilio estaba casada con Leonardo Pereyra (h).
(23) Estos productores eran amigos de su colega chileno Francisco Undurraga, en cuya estancia había estado el Duque de Madrid. Como Undurraga era uno de los socios más antiguos del Club de la Unión de Santiago de Chile, allí organizó un banquete para el ilustre visitante. M. Peña Muñoz, Cafés literarios en Chile, Ril editores, Santiago de Chile, 2002, pág. 91; G. Salazar, J. Pinto, Historia contemporánea de Chile, Santiago de Chile, 1999, pág. 69.
(24) La Unión, 10 de agosto de 1887. Ese día, el diario católico de Buenos Aires dedicó su editorial a saludar la llegada de Don Carlos a la Argentina, subrayando que compartían con el ilustre huésped los principios fundamentales sobre la política.
(25) Un maestro suyo, el padre Cabrera, había visitado Córdoba porque pensaba que era descendiente del fundador Jerónimo Luis de Cabrera y le había contado anécdotas sobre la provincia. E Bischoff , «Don Carlos de Borbón en Córdoba», Desmemoria, año 7, n.º 25 (2000), pág. 156.
(26) El Argentino, 20 de agosto de 1887.
(27) Ibíd.
(28) Lo invitó a un asado criollo y le hizo probar la mejor comida cordobesa. E Bischoff, Don Carlos..., op. cit. pág. 160.
(29) Ibíd., pág. 161.
(30) Fundado por Armengol Tecera en 1874.
(31) Bischoff, E., Don Carlos..., op. cit., pág. 162.
(32) El Nacional, 22 de agosto de 1887.
(33) La Nación, 24 de agosto de 1887.
(34) El Argentino, 24 de agosto de 1887.
(35) El Argentino, 10 de agosto de 1887.
(36) Tres años antes se había dictado una ley nacional de educación común que por primera vez eliminaba a la religión como materia formativa y ya se discutía la ley de matrimonio civil que sería sancionada un año después.
(37) A los tres años ocurriría un levantamiento cívico-militar contra el gobierno que forzó la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman y su reemplazo por el vicepresidente Carlos Pellegrini, quien completaría el período de seis años hasta 1892. Los católicos participaron en la revuelta y formaron parte en la primitiva Unión Cívica, el movimiento que aglutinó a todos los opositores al régimen.
(38) Auza, N. T., Aciertos y fracasos sociales del catolicismo argentino, tomo I, Buenos Aires, 1987, pág. 23.
(39) El Argentino, 3 de septiembre de 1887.
(40) La Voz de la Iglesia, 27 de agosto de 1887.
Fotografía de Carlos VII y su mujer en la tapa del periódico carlista argentino El Legitimista Español.