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miércoles, diciembre 22, 2010

El Cid, Rosas y la cuestión dinástica práctica

A modo de contrapunto, o complemento, del artículo anterior, nos permitimos recuperar el siguiente, autoría de Mario Fidel Bianchetti y que se encontraba publicado en la vieja web de la Hermandad Tradicionalista "Carlos VII".


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EL CID, ROSAS Y LA CUESTIÓN DINÁSTICA PRÁCTICA

Por Mario Fidel Bianchetti
Buenos Aires — Argentina

La preocupación práctica por la cuestión dinástica tiene en nuestros días a muchos carlistas sumamente ocupados en estos menesteres. No me refiero al trabajo académico de investigación y estudio de las distintas dinastías —que siempre debe estar presente entre quienes conocemos como ideal a la sociedad monárquica— sino a la preocupación actual y sin poder que lo sustente por decidir quién debe ser reconocido como el sucesor legítimo de la Corona Española, oponiéndose a quienes intenten hacerles reconocer la esterilidad de estos desvelos.

A pesar de su buena fe, en las actuales circunstancias sufrimos la incapacidad material de ofrecerle al —aun suponiéndolo legítimo— heredero de la corona... ¡sobre qué reinar!

Hoy por hoy, lamentablemente —aunque resulte doloroso decirlo— no podemos hacer más que difusión de nuestros principios, y aún esto con gran esfuerzo, conscientes de que la coronación del rey legítimo, en el mejor de los casos, no va a ocurrir antes de uno o dos siglos, lo cual es muy optimista teniendo en cuenta el tiempo que llevó al enemigo hacer el trabajo inverso.

A fin de aclarar estas afirmaciones ensayaremos, en un par de ejemplos de la historia patria, la exposición de circunstancias que fueron propicias para atender la cuestión dinástica práctica.

Estamos tan lejos de la monarquía legítima que a veces —debido al brillante trabajo del enemigo— nos cuesta reconocer ¡qué es lo que debemos revertir...!

Y es por eso la tan grande confusión cuando de asignar títulos de héroes y próceres se trata, sin distinguir quiénes han orientado sus esfuerzos y aún sus vidas en la defensa o recuperación del Imperio Cristiano y quiénes, aún defendiendo principios cristianos, lo han traicionado. Decimos esto teniendo por verdad incontestable que lo único que puede contrarrestar el avance del gobierno mundial anticristiano es precisamente la consolidación y crecimiento de su único obstáculo: el Imperio Cristiano.

Ese crecimiento presupone en sus gobernantes el de las virtudes cristianas, especialmente la humildad y el desapego de las cosas de este mundo, siendo la ambición de poder un vicio que ha contribuido grandemente a la destrucción del Imperio Cristiano.

Y es esa ambición de poder la que facilita al enemigo el éxito de los separatismos revolucionarios, instrumento práctico y eficacísimo para la destrucción del Imperio.

Cuando la Cristiandad crecía, siempre lo hacía en virtud de esa entrega incocional a la causa de Cristo y de su Rey, entrega total, de la cual el Cid es ejemplo y acabado arquetipo del héroe cristiano.

Pareciera que Dios, en su infinita misericordia, cuando la corona aparece acosada o tambaleante en sus dominios, suscita el personaje clave de la historia, capaz de ocuparse de la cuestión dinástica práctica para que, usando del talento que lo distingue de los demás hombres, restaure la corona al legítimo monarca.

También en esta España Americana, "fundada y deudora" —como bien la llama el Dr. Pacheco Seré— Dios ha puesto personajes de gran talento capaces por sí solos, sobre la base de sus dotes naturales y en la práctica —dada la importante instancia de poder alcanzado— capaces, decimos, de restaurar en estas tierras la autoridad de la Corona Española.

Nadie puede negarle a Don Juan Manuel de Rosas su inteligencia, su extraordinaria capacidad de mando, su habilidad política y estratégica, sus condiciones para la milicia, sus dotes de conductor natural, al punto que al igual que con el Cid, la tropa se alistaba voluntariamente a su mando en detrimento de los otros jefes. Sin duda la Providencia los puso a ambos en momentos y lugares clave de la historia.

¿Qué los diferencia entonces?

Los distingue el fin al que aplicaron sus capacidades: mientras el Cid sólo acumula triunfos y tierras para Dios, su Patria y su Rey, Rosas pacifica y consolida la unidad territorial para la revolución, como lo testimonia la presencia de tantos revolucionarios en su gobierno, como Manuel Moreno representando a la Confederación en Inglaterra, Sarratea en Francia, Tomás Guido en Río de Janeiro, Vicente López y Planes, Felipe Arana, Tomás Manuel de Anchorena y tantos otros, como así mismo sus propias palabras que reproducimos en esta nota. [1]

Mientras el Cid —cuando la multitud quiere coronarlo Rey— entrega a Alfonso la corona de Valencia, Rosas es quien instaura en estas tierras el festejo del "Día de la Independencia", que muestra a las claras sus intenciones revolucionarias. [2]

Y no podemos decir que esto se debe a que el Cid tuvo mejor rey que Rosas a quien serle fiel: Alfonso es regicida, fratricida y perjuro, y sólo logra convertirlo la actitud del héroe; en cambio Rosas tiene nada menos que a Don Carlos V de España, nuestro rey carlista, a quien servir y ofrecer sus conquistas.

Tampoco vamos a comparar enemigos, pero no creo que el partido unitario y sus aliados ingleses fueran más "salvajes" que los temibles moros.

Los diferencia la Lealtad.

Nos recuerda Anzoátegui: "Todo el heroísmo de España reposa sobre la lealtad" y es El Cid quien "preside la lealtad de España"

"Es el hombre jerárquicamente impulsado a mantener la realidad de España para vivir una virtud indispensable —por heroica— a la vida española".

"La moral española... obliga a servir al Rey hasta la muerte, en el trono y en el destierro". [3]

Rosas es español, nacido en el Virreinato del Río de la Plata —en la América Española— 11 años antes de las invasiones inglesas, durante las cuales pelea bravamente, aún niño, por Dios, por su Patria Española y por su Rey, lo cual le vale el reconocimiento de las autoridades porteñas. [4] No interviene, en cambio, en los acontecimientos de mayo de 1810.

Los que sí lo hacen —argumentando para ello la crítica situación española en la península ocupada por una potencia extranjera— dicen que España no hace nada por sus posesiones americanas. Como si hubiera sido poco hacer la evangelización del vastísimo territorio americano al costo de trescientos años de sangre española, debiéndole a España nada menos que la Fe y la instauración de la Civilización Cristiana en estas tierras, a cuya organización debían hasta la contundente victoria militar de nuestra ciudad obtenida sobre la mayor potencia militar de la época. Dicen con prepotencia y vileza y en un momento trágico de nuestra historia: "España no está haciendo nada por nosotros" —olvidando que "nosotros" también somos España— cuando en verdad debieran decir: ¿Qué estamos haciendo nosotros por España?

A partir de esos años Rosas, lejos de la política, consolida su situación económica y reaparece en escena recién cuando los efectos de la revolución producen —como siempre—un caos de tal magnitud que se hace imprescindible un hombre con la autoridad y capacidad necesaria para recomponer el orden pre-revolucionario. Esta tarea la realiza Rosas con brillantez meridiana, demostrando a las claras que se trata del personaje puesto por la Providencia para tal fin.

Y es esa continuidad con la situación pre-revolucionaria que produce Rosas, la que lleva a muchos a confundir su conducta con la de quienes han sido fieles a Dios y leales a la Patria y a su Rey, como sólo los grandes de la historia.

Escribe el Dr. Pacheco Seré: "Si el considerado libertador era tradicionalista, al menos en lo religioso y lo cultural, hubo cierta continuidad; si era logista, "regular" o irregular", sólo hubo revolución y anarquía". En nuestras tierras podemos observar ambos casos. [5]

Y es aquí donde Rosas flaquea, se enanca en sus triunfos, olvidando que "la victoria pertenece al Señor de las Batallas, a nosotros nos pertenece nada más que la batalla." [6]

Es entonces cuando pudo quizás alcanzar la estatura de los héroes que hicieron grande España, y quizás también cambiar la historia del mundo, tan solo renunciando a los honores y a su propia y efímera gloria y ofreciendo las conquistas a su Rey, don Carlos V, legítimo heredero de la corona española.

Imaginemos por un momento a Don Carlos V —nuestro Rey— en Buenos Aires, encabezando la contrarrevolución desde estas tierras americanas...

Y no pensemos que es esto tan descabellado o su posibilidad tan remota: poco hacía que la corte lusitana en pleno se había instalado en América.

Además Don Carlos, al final de la guerra debió partir hacia el exilio. Bien pudo ser acá, en sus dominios americanos, su exilio y su gloria....

Era el momento justo en que Rosas pudo mantener la continuidad natural del poder que sólo puede garantizar la monarquía legítima, en lugar de —en definitiva— haber trabajado para consolidar la revolución. Porque el resultado final de su paso por el poder es la constitución liberal de 1853, constitución que no pudo darse antes porque las caóticas condiciones no lo permitían.

Pero leámoslo en sus propias palabras desde el exilio, en 1873, a más de 20 años de Caseros, ya sin apremios y con los resultados de su gestión a la vista: "La base de un régimen constitucional es el ejercicio del sufragio, y esto requiere.... un pueblo... que tenga la seguridad de que el voto es un derecho y a la vez un deber...

Era preciso, pues, antes de dictar una constitución, arraigar en el pueblo hábitos de gobierno y de vida democráticas..... cuando me retiré, con motivo de Caseros – porque había con anterioridad preparado todo..... poniéndome de acuerdo con el ministro inglés – el país se encontraba quizá ya parcialmente preparado para un ensayo constitucional"

Y también afirma, despejando toda duda acerca de sus intenciones: "Otorgar una constitución era un asunto secundario, lo principal era preparar al país para ello, ¡y esto es lo que creo haber hecho!". [7]

Es lo que han hecho, por otra parte —salvando las distancias en cuanto a la capacidad de los personajes—, todas las asonadas militares americanas del siglo XX: restablecer el orden desquiciado por la revolución, para que ésta pueda volver a instalarse a continuación con renovado vigor.


Podríamos agregar —reforzando lo esbozado al principio de esta nota— que en Europa también han aparecido, apenas caídas las coronas legítimas, personajes providenciales de singular capacidad, pero en lugar de restaurar las respectivas monarquías católicas fortificando el Imperio, las ambiciones personales hicieron estéril el tremendo esfuerzo de material y sangre que los acompañó. Nos referimos a esos hombres que la Providencia hizo surgir a la caída de cada monarquía legítima, tanto en Francia como en Italia, España, Austria, Alemania, Portugal. Es cierto que todos fallaron, pero creo que la reacción del enemigo milenario, a través de sus ataques, muestra que él advirtió antes que nosotros el verdadero peligro, que no era la permanencia en el poder de un solo hombre fuerte —que dura a lo sumo lo que le queda de vida— sino la posible restauración de lo que aquél acababa de destruir.

Olvidó Rosas que los tiempos de los hombres son limitados y que todo sería en vano si no reinstalaba el poder legítimo en estas tierras. Poder que sin lugar a dudas tendría grandes posibilidades de extenderse, recuperando los territorios que le eran propios, ya que aún no estaba instalada aquí la maquinaria de propaganda infernal encargada de borrar a España de las raíces de América y eran muchos los que se sabían españoles: casi hasta 1840 permaneció fiel la resistencia monárquica en el Perú, al mando del General Huachaca, que sólo pudo ser vencida con el apoyo de las anglófilas tropas chilenas luego de años de duro combate [8]. Hoy ya casi nadie advierte que quien ha nacido en América Española es español.

Y aún en la década de 1840, y hasta el 51, cuatrocientos carlistas, "lo mejor de la juventud carlista", fogueados en la guerra hasta el Convenio de Vergara, peleaban en la Banda Oriental del Río de la Plata al mando del Teniente Coronel Artagaveytia, natural de Vizcaya, formando parte de las tropas del Gral. Oribe . [9]

También confirman su pensamiento revolucionario sus deseos (diríamos que proféticos) acerca de la Monarquía Española, los que expresa en carta dirigida a su amigo Roxas y Patrón en 1869: "el remedio radical para España era cambiar la dinastía. Dicen que ya ha sido proclamada su destitución y que se convocaron las cortes para determinar la forma de gobierno que ha de seguir. Dios quiera que adopten la Democracia Real para dar al mundo un gran ejemplo; y que al hacer jurar el soberano la constitución exijan lo haga bajo la antigua fórmula (cuyas palabras exactas no recuerdo): «Juramos obedecerla si cumpliereis con las leyes que te presentamos - Y si no, no»". [10]

Es Rosas quien produce en veinte años la falsa seguridad de que podíamos vivir sin Rey, que es el punto de partida para acabar creyendo que se puede vivir sin Dios.

Sin Rosas, el caos pudo haber provocado en la población la añoranza de España y de su Rey, y con ella su sana reacción; con él, todo quedó borrado en el pasado.

¿Será quizás por eso que San Martín le escribiera, diciéndole que parte de su obra era más importante que las guerras de la independencia y le donara su sable? [11]

Tampoco podemos alegar ignorancia: Rosas conocía a la perfección la situación americana y europea, a tal punto que cuando el General Flores, del Ecuador, arma una flota para iniciar la reconquista de estas tierras americanas para la corona española, es Rosas el mayor opositor a esta iniciativa, junto con Gabriel García Moreno, su par en Ecuador. Y no por la filiación masónica de Flores o porque su empresa fuera a favor de los isabelinos, ya que le hubiese sido a él mucho más fácil que a Flores (a quien Inglaterra confiscó finalmente las naves) acompañar a don Carlos V en la reconquista de estas tierras. [12]

Y así como San Martín por el sur y Bolívar por el norte, y tantos otros, entregan las Españas Americanas a la revolución, Rosas y García Moreno pudieron haber sido dos pilares fundamentales de la reconquista del poder español y con él, del Imperio Cristiano, único freno a la demoníaca mundialización actual.

Porque la restauración del Imperio Cristiano en América no podrá ocurrir sin la restitución de esta América a su cabeza natural, que es el legítimo heredero del trono español.

Como bien dice el Dr. Ricardo Fraga: "la fractura de América sólo podrá superarse alguna vez por la voz convocante de aquella Corona que le dio ser y vida."

Y agrega a continuación: "sin Rey legítimo no habrá verdadera restauración".

"Sin la legitimidad, que brota del orden divino y natural, jamás España recuperará su vocación evangélica: ser instrumento providencial en la edificación de la Cristiandad temporal." [13]

Y, verdaderamente, no vemos en la historia americana una oportunidad más clara que ésta para haber revertido la farsa revolucionaria que nos ha llevado al vergonzoso estado actual.

Notas:
[1] Félix Luna. Juan Manuel de Rosas — Grandes Protagonistas de la Historia Argentina. Editorial Planeta (1999).
[2] Juan Pablo Oliver. El Verdadero Alberdi. Ed. Dictio (1977).
[3] Ignacio B. Anzoátegui. Genio y figura de España. Ed. Nueva Hispanidad (2000).
[4] Carlos Ibarguren. J.M. de Rosas, Su Vida su Drama su Tiempo. Ed. Theoria (1985). Sabemos que esta versión no es compartida por otros biógrafos de Rosas, sin embargo pensamos que es muy verosímil teniendo en cuenta su temprana madurez. Por otra parte la versión cuenta que él sirve un cañón durante la batalla, lo que probablemente significa que alcanzaba los pesados proyectiles a quién realmente se encargaba de la compleja carga, apuntado y encendido de la pieza de avancarga. Debemos destacar también que a diferencia de lo que ocurre en nuestra época, en esos tiempos, el ingreso a la milicia y de allí al combate ocurría a muy temprana edad, por lo que la participación de Rosas a los 11 años podía parecer totalmente normal.
[5] Álvaro Pacheco Seré. Contribución de la Hermandad Tradicionalista Carlos VII a la doctrina Carlista. Boletín de la Sociedad de Estudios Tradicionalistas Don Juan Vázquez de Mella, Año 4, N° 12, marzo 2001.
[6] Federico Wilhelmsen. Conferencia pronunciada en el Colegio Lasalle de Bs. As. Año 1966.
[7] Ernesto Quesada. La Época de Rosas. Ed. Del Restaurador (1950).
[8] Fernán Altuve-Fevres. Los Últimos Estandartes del Rey. Boletín de la Soc. de Est. Trad. Don Juan Vázquez de Mella, Año 4, N° 11, agosto 2000 (Reproducido de "Razón Española", N° 98 – nov/dic 1999)
[9] Álvaro Pacheco Seré. Carlistas en la Banda Oriental del Virreinato del Río de la Plata. Boletín de la Soc. de Estudios Trad. Don Juan Vázquez de Mella, Año 1, N° 2, julio de 1997.
[10] Carta de Juan Manuel de Rosas a José María Roxas y Patrón (del 7/2/1869). A. G. N. Archivo Farini.
[11] Idem 2.
[12] Manuel Gálvez. Vida de Don Gabriel García Moreno. Editorial Difusión (1942)
[13] Ricardo Fraga. Una Dimensión Americana del Tradicionalismo Carlista. Boletín de la Sociedad de Estudios Tradicionalistas Don Juan Vázquez de Mella, Año 3, N° 8, junio 1999.



Ramón B. Artagaveytia

comandante del Batallón de Voluntarios de Oribe en Montevideo

conformado con veteranos carlistas


1 comentario:

El Historiador dijo...

Estimado

En este link del foro pueden encontrar mi respuesta a este artículo. Espero lo lean y me den su opinión.

http://hispanismo.org/hispanoamerica/12883-rosismo-tradicionalismo-y-carlismo.html

Saludos en Cristo

El Profesor Macabeo


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