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miércoles, julio 23, 2008

La verdad sobre el 18 de julio de 1936

Manuel Fal Conde, Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista

AET, BOLETÍN DE INFORMACIÓN DEL DISTRITO UNIVERSITARIO DE MADRID
, Castilla, julio 1946
Lo que no fue el 18 de julio
No hablemos de José Antonio quien renegó del Glorioso Alzamiento al ofrecerse espontáneamente a Martínez Barrio a ir en avión a la zona nacional, dejando en rehenes a su familia, para lograr el cese de las hostilidades. Tuvo la suerte de que tan antipatriótica gestión quedara en simple proyecto porque Martínez Barrio no la aceptó, convencido, sin duda, de la escasa influencia que en el Alzamiento tenía Primo de Rivera.

Franco dejó consignado por escrito su criterio acerca de aquellos momentos decisivos para la Patria, en una carta de fecha 23 de junio de 1936, pocos días antes de la fecha gloriosa, dirigida al entonces Ministro de la Guerra, el tan tristemente célebre Casares Quiroga. Todos pueden leerla, y es conveniente que la lean, en las historias de la Cruzada; por ejemplo, la dirigida por Arrarás y la escrita por Aznar. En ella se lee lo siguiente: “Faltan a la verdad quienes le presentan al Ejército como desafecto a la república; le engañan quienes simulan complots a la medida de sus turbias pasiones, presentan un desdichado servicio a la Patria quienes disfrazan la inquietud, dignidad y patriotismo de la oficialidad, haciéndoles aparecer como símbolo de conspiración y desafecto. De la falta de ecuanimidad y justicia de los poderes públicos en la administración del ejército, surgieron las juntas Militares de Defensa. Hoy pudiera decirse virtualmente, en un plano anímico, que las Juntas Militares están hechas. Los escritos que clandestinamente aparecen con las iniciales U.M.E. y U.M.R. son síntomas fehacientes de su existencia y heraldo de futuras luchas civiles si no se atiende a evitarlo, cosa que considero fácil con medidas de consideración, ecuanimidad y justicia. Aquel movimiento de indisciplina colectivo de 1917, motivado en gran parte, por el favoritismo y arbitrariedad en la cuestión de los destinos, fue producido en condiciones semejantes, aunque en peor grado, que las que hoy se sienten en los Cuerpos del Ejército. No le oculto a V.E. el peligro que encierra este estado de conciencia colectivo en los momentos presentes en que unen las inquietudes profesionales con aquellas otras de todo buen español ante los graves problemas de la Patria.
Para Franco, como se ve, los motivos de entonces eran análogos a los de 1917 —favoritismo y arbitrariedad en la cuestión de los destinos— aunque en peor grado que en el año 1917. Es una opinión que debe ser registrada, al hablar de los motivos que a cada uno llevaron al Alzamiento, para ser pesada en su justo valor.
El criterio de Mola también está consignado por escrito y lo han hecho público las historias. Está en el documento de 5 de junio de 1936, firmado por el Director. Consta en él el compromiso de “no cambiar el régimen republicano”, la “defensa de la Dictadura republicana”, la “separación de la Iglesia y el Estado, libertad de cultos y respeto a todas las religiones”. En suma, quería Mola un golpe de Estado dentro de la República, encaminado a salvar la República maldita, conservando las mismas esencias odiosas del régimen execrable, sin olvidar “dotar convenientemente al Ejército y a la Marina” ni la “creación de milicias nacionales”.
En un movimiento de tales características ¿qué podría haber de carácter nacional? No lo es la dictadura, menos aún la república y muchísimo menos la separación de la Iglesia del Estado y la libertad de cultos. La ciencia y la experiencia muestran que la separación y la libertad de cultos son en España factores activísimos de desnacionalización; y si bien la dictadura, al servicio de una necesidad nacional grave y como recurso temporal, puede ser de carácter nacional, al servicio de la república laica y librecultista aumenta la perversidad antinacional de ésta.
Lo que realmente fue el 18 de julio
Esto no obstante, el Glorioso Alzamiento adquirió desde los primeros momentos, más en los primeros momentos, el carácter de una real y verdadera Cruzada, tan nacional como la Cruzada de siete siglos contra el moro, como la gloriosísima Guerra de la Independencia. ¿Cómo se produjo una tan rápida transformación?
Porque en la entrevista de los carlistas con Mola en el Monasterio de Irache —15 de junio— aquéllos se negaron rotundamente a cooperar en el movimiento a favor de la república. Los carlistas que siempre se han movido por causas nacionales no querían intervenir en pleitos interiores de la república, en España siempre punto de encuentro de todo lo antinacional. Y rotundamente rechazaban los propósitos laicistas de la dictadura republicana propugnada por Mola. Firmes en su negativa los carlistas, se centró la discusión en la cuestión de la bandera. Quería Mola que Fal ordenara al Requeté prescindir de la bandera española; Fal resueltamente afirmó que el Requeté saldría con la bandera nacional o no saldría. No cedía Mola ni, como es natural, cedía Fal. Las negociaciones habían llegado a un punto muerto y no se podía llegar al Alzamiento porque los carlistas eran necesarios, como lo hicieron patente los hechos y lo reconocía paladinamente Mola en su informe reservado de 1 de julio, hecho público por las historias: “Está por ultimar, —escribió—, el acuerdo con los directivos de una importante fuerza nacional (los carlistas) indispensables para la acción en ciertas provincias...” Se había llegado a un punto muerto del que no se salía por la tenacidad con que Mola defendía su errado empeño. Afortunadamente ni Mola ni Franco eran los caudillos supremos del Alzamiento. Para éste habían elegido los carlistas, con aplauso de todos, al glorioso general Sanjurjo. Él, con su autoridad de caudillo y la fuerza moral que ningún militar podía negarle, resolvió el pleito aceptando en un todo cuanto los carlistas imponían, porque Sanjurjo, genuinamente español, comprendió enseguida que el Carlismo no imponía una servidumbre partidista, sino el carácter nacional que la obra necesitaba para ser realmente patriótica y no ir a un rotundo fracaso como en el movimiento del 10 de agosto. Le escribió a Mola la carta que pudieron leer nuestros lectores en el boletín anterior, de la que por su importancia reproducimos los siguientes conceptos: “Desde luego, inmediatamente habrá que proceder a la revisión de cuanto se ha legislado en materia religiosa y social, hasta el día, procurando volver a lo que siempre fue España.” “Mi parecer sobre la bandera, debía, por lo pronto solucionarse, dejando a los tradicionalistas usen la antigua, o sea la española, y que aquellos cuerpos a los que hayan de incorporarse fuerzas de esta Comunión no lleven ninguna.”
El Carlismo dio el Sello Nacional a la Cruzada
Triste es decirlo pero es preciso reconocerlo ante los testimonios harto elocuentes de Sanjurjo y Mola; por el error de algunos le fue necesario al Carlismo poner en juego toda su entereza en defensa de su derecho a ir al combate bajo la sombra sagrada de la bandera de la patria, dando con ello un carácter cristiano y nacional al Alzamiento que los Requetés convirtieron enseguida, en Sagrada Cruzada de liberación. Y este gesto obligado de entereza cristiana y patriótica del Carlismo se ha intentado presentar como hijo del cerril antipatriotismo. Mola, en el documento antes citado, lo compara al criminal Pacto de San Sebastián, aunque bien pronto rectificó el lamentable error que pudo ser tan fatal para España; Franco en el prólogo de las obras de Pradera escribió lo que escribió. La verdad documentalmente probada con testigos del máximo valor, es la que acabamos de escribir y sería un crimen seguir manteniendo oculta. La entereza carlista, la firme intransigencia carlista salvó al Alzamiento. Y sigue salvándolo, porque se ha necesitado toda su entereza y toda su firmeza para mantenerse constante en el apartamiento y en la persecución no sucumbiendo a halagos y amenazas, en contra de los logreros del Alzamiento, a quienes poco o nada les importa la suerte de la nación si consiguen saciar sus ambiciones.
A S.M. Don Alfonso Carlos
La sangre carlista derramada a torrentes en la Cruzada, con mayor abundancia en semanas críticas de la primera época, salvó a España en la empresa militar. Pero no han olvidado los carlistas, y es necesario que no olvide nadie en España que los carlistas fueron a la lucha movilizados por una orden de aquel Rey, varón de virtudes, que se llamó Don Alfonso Carlos. A él no le tembló el pulso al firmar la orden de movilización, aunque se llenarían de lágrimas sus ojos al pensar en las vidas de leales carlistas sacrificadas por aquella orden en aras de Dios y de la Patria. Un buen contraste con la huida de don Alfonso, abandonando manto, cetro y corona para que unas parejas de la Guardia Civil no se vieran obligadas a disolver unos motines callejeros. Uno es Alfonso (XIII) hundiendo a España en el caos moscovita; otro es Don Alfonso Carlos salvándola de rodar hasta el abismo. Esto va de rey a rey; uno, el carlista; otro, el liberal.
¡Españoles todos! ¡No lo olvidéis cuando llegue la hora de las grandes resoluciones! Una oración sincera por Don Alfonso Carlos, el Gran Español.
En el boletín clandestino en que apareció este artículo no figura el nombre del autor, pero sí junto al título el dibujo con el rostro de don Manuel Fal Conde, el mismo que acompañaba a sus artículos en El Pensamiento Navarro. Su estilo es, además, inconfundible.
Tomado de Carlismo.es.

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