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jueves, noviembre 30, 2006

Un poco de historia: La Cruzada

El 18 de julio del '36 tiene lugar el Alzamiento. Ideado en un principio como un simple golpe republicano, las negociaciones con el Carlismo lo convierten en una causa nacional. Surgido bajo los ideales masónicos de Libertad, Igualdad y Fraternidad (según reza la proclama), se convierte en una lucha por Dios y por España, en una Cruzada --como fue proclamada por el Episcopado español y reiterado por casi todos los episcopados de todo el mundo.
Tras el estallido de la Cruzada se forman más de 40 tercios de requetés, voluntarios provenientes de toda España, pero especialmente en Navarra, Vascongadas, Castilla, Andalucía, Aragón, Asturias y Cataluña, donde se les permite combatir juntos. En muchos otros sitios, voluntarios carlistas se suman a las fuerzas militares nacionales.
El mismo día 19 se reúnen en la Plaza del Castillo de la ciudad de Pamplona (Navarra) entre seis mil y siete mil quinientos requetés que se suma al Ejército en la Columna que parte hacia Madrid y comandaba el coronel García Escamez. En los días siguientes se organizan compañías y tercios (a veces sin el número reglamentario de boinas rojas) por toda la Península.
Mientras tanto, cientos de carlistas, como muchos otros católicos, comienzan a ser perseguidos, encerrados, torturados y martirizados por todo el territorio español en manos aún de la República. Entre ellos, Víctor Pradera.
Los requetés combaten en la primera línea. Se distinguen por su arrojo, valentía y decisión. Aseguran las primeras posiciones cuando el Ejército aún se está movilizando. Forman columnas robustas y guerrillas astutas. No olvidan sus rezos y piden bendiciones a los sacerdotes que liberan. Los boinas rojas protegen las iglesias y los sagrarios, piden reparaciones y rezan, siempre rezan. Tan fieros en el combate, los milicianos republicanos prefieren evadirlos... "no hay como un requeté recién comulgado", se dice en las filas rojas.
Pero las bajas entre los voluntarios carlistas son numerosas e importantes, el mayor porcentaje de oficiales y jefes heridos y muertos. Unidades enteras de requetés son exterminadas por los rojos. Por lo que, cuando el Ejército logra organizar sus fuerzas, levantar los sitios y emprender guerra regular contra las fuerzas republicanas, los requetés son fusionados con el resto de la tropa nacional.
Sin embargo, algunos tercios logran permanecer unidos. Son legendarias las historias de algunos de ellos: el Apóstol Santiago, el Santa María de las Nieves, el Abarzuza, el Montserrat, el Numancia, la Radio Requeté, el San Ignacio, el Begoña, El Alcázar, el Zumalacárregui, el Cristo Rey... distinguiéndose en los combates de Logroño, el Alto de León, Peñaflor (donde es martirizado el joven pelayo Antonio Molle Lazo), Belchite, Huesca, Lopera, Porcuna, Ochandiano, Durango, Amorabieta, Codo, Quinto del Ebro, Belchite II, Caspe, Castellar, Villalba de los Arcos, Valsequillo. Todos nombres de gestas heroicas que se suceden en forma interrumpida hasta el fin de la guerra en 1939.
Pero, mientras los boinas rojas lavan con su sangre la tierra española, purificándola de la impiedad y las atrocidades cometidas por sus compatriotas bajo los efectos de un delirio satánico, la Comunión Tradicionalista enfrenta problemas en la retaguardia. Ya el 25 de julio, el periódico carlista El Pensamiento Navarro denuncia los excesos de falangistas exaltados, excesos que no son perseguidos por el comando militar del Alzamiento. El 28 de septiembre los carlistas pierden a su último rey legítimo, Alfonso Carlos I, tras un accidente automovilístico en Viena (Austria), complicando así --al no contar con descendientes directos-- la situación dinástica.
El Carlismo pretende mantener, armar y entrenar a sus requetés, pero estos planes no son del agrado del cuartel general de las fuerzas nacionales. Así, tras denunciar el incumplimiento del acuerdo firmado entre la Comunión y el general Mola, Fal Conde se ve obligado a exiliarse en Portugal el 8 de julio. En febrero del año '37, el generalísimo Franco prohibe El Sistema Tradicional, libro publicado por el dirigente carlista Ignacio Hernando de Larramendi, explicando los planes del Carlismo para el futuro. Fal Conde y Don Javier de Borbón Parma (sobrino de Alfonso Carlos I, regente carlista designado para buscar el sucesor y nombrado abanderado de la Comunión Tradicionalista) procuran estrechar lazos con la Falange y el Alfonsinismo, previendo alguna extraña movida por parte de los jefes militares nacionales.
Movida que finalmente se produce el 19 de abril. En el famoso Decreto de Unificación, el caudillo Francisco Franco unifica en un único movimiento a todas las organizaciones políticas del bando nacional: la Falange Española Tradicionalista y de las Juventudes de Ofensiva Nacional Sindicalista, más conocida por sus siglas FET de las JONS.
Si bien algunos carlistas aceptan el decreto como una necesidad de la guerra -entre ellos el conde de Rodezno, Dolz de Espejo, Arellano y Mazón-, Fal Conde y Don Javier se oponen. "Es una infamia lo que [Franco] ha hecho con nosotros", escribe la viuda de Alfonso Carlos I a Fal. Incluso en el frente, grupos de boinas rojas se oponen a usar la camisa azul o los símbolos falangistas. En octubre numerosos dirigentes carlistas son detenidos en Burgos, San Sebastián, Vitoria y Pamplona, zonas nacionales hacía tiempo aseguradas. Al mes siguiente, el mismo Don Javier se entrevista con Franco, llegándose a una tregua mientras dure la guerra.
El 1° de abril del '39 la guerra civil española llega a su fin. Mientras Franco ingresaba en Madrid escoltado por sus moros, los sobrevivientes requetés eran desmovilizados. Comenzaba una nueva época difícil para el Carlismo.



Imagen: Tercio de Montejurra en el Frente de Teruel. (Foto gentileza de Requetes.com)

Corregido el 22 de febrero de 2007.-

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jueves, noviembre 23, 2006

Un poco de historia: Años de preparativos


La primera mitad de la década del ’30 es de preparación. La República no trae el orden prometido. El Carlismo, que en un principio la apoyó, ya se encuentra totalmente desencantado de este régimen que tolera todo tipo de excesos hacia la tradición católica de España.

Mientras tanto, Alfonso Carlos I se dedica a la reorganización de la Comunión Tradicionalista. El monarca carlista refunda la Junta Suprema, bajo la presidencia de José de Selva Margelina (poco después reemplazado por el anciano conde de Rodezno). José Enrique Varela se hace cargo del Requeté y comienza a gestarse la estructura que tanto éxito tendrá en los primeros tiempos de la próxima Cruzada del ’36.

El 10 de agosto de ese año 1932 tiene lugar “la Sanjurjada”, la sublevación del general José Sanjurjo en Sevilla para poner fin a los excesos de la República. La sublevación no encuentra preparado al Carlismo; sin embargo, algunos de sus jefes, como el sevillano Manuel Fal Conde, manifiestan su apoyo a la insurrección.

Por levantar su voz, Fal sufre la cárcel unos meses, pero su valiente actitud no pasa inadvertida, especialmente en su tierra andaluza: En las elecciones de noviembre del ’33, de los 21 diputados carlistas electos, cuatro eran de Andalucía. Y en 1934, tras disolver la Junta, Alfonso Carlos lo nombra secretario general de la Comunión Tradicionalista (posteriormente, será su delegado regio).

Más que amedrentar a los católicos, la impiedad republicana los invita a unirse en grupos de resistencia. Repitiendo la Ordenanza del Requeté y practicando su Devocionario, numerosos jóvenes calzan la boina roja y el fusil. Tal es el número de quienes se suman al Requeté que el 15 de abril de ese año, en el Cortijo del Quintillo (Sevilla), el capitán Barrau, junto al general carlista veterano Diez de la Cortina y el comandante Redondo, pasan revista a los boinas rojas sevillanos.

Percibiendo la necesidad de un modernizar la instrucción militar carlista, en 1935 Alfonso Carlos pone al frente del Requeté a un artillero retirado y antiguo militante de la Falange recientemente ingresado al Carlismo, el teniente coronel Ricardo de Rada, que se hace cargo de una organización que ya cuenta con unos 30 mil voluntarios. Con el nuevo año se organiza el primer Tercio de Requetés en Pamplona con voluntarios entrenados rigurosamente el año anterior.

Por otro lado, conciente de su avanzada edad y de no contar con hijos, el monarca carlista instituye la Regencia en su sobrino político, Don Javier de Borbón Parma, y declara los Fundamentos de la Legitimidad española que deberá respetar el próximo monarca carlista.

Los meses que siguen son extremadamente complicados. Los militantes del Frente Popular atacan los círculos carlistas a la vista de la Guardia Civil que se dedica a detener a los requetés que intentan defender las instalaciones de la Comunión.

Para abril se hace inminente un alzamiento militar ante la intolerable persecución frentepopulista. En el seno del Carlismo se produce un profundo debate sobre la participación en el mismo. ¿Unirse a los monárquicos liberales? ¿a militares que sólo quieren traer “orden” a la República? Tal la diyuntiva.

Por presión de las bases, algunos planean su propio levantamiento, tal el caso del antiguo dirigente integrista y delegado nacional del Requeté, José Luis Zamanillo, rápidamente llamado a disciplinarse.

Por su lado, los generales golpistas debaten sobre la necesidad de contar con el Carlismo. Para junio se hace evidente que sin los voluntarios requetés no habrá posibilidad de triunfo.

La Jefatura carlista expone ante el general Mola los únicos fines políticos que el Carlismo está dispuesto a secundar para sumarse al Alzamiento. Fal manifiesta que no se apoyará una simple asonada republicana y que los boinas rojas sólo combatirán bajo la bandera nacional, la rojigualda.

Algunos carlistas pretenden sumarse al Alzamiento por su lado siguiendo al conde de Rodezno y a Víctor Pradera, pero la dirigencia de la Comunión procura evitar una división de fuerzas ante la inminencia de llegar a un acuerdo digno.

Fal Conde y Mola llegan a un acuerdo y el 14 de julio, desde San Juan de Luz, el regente Don Javier autoriza al Requeté a sumarse al Alzamiento. Para los carlistas, la última Cruzada.

Imagen: El Capitán Barrau acompañando al General Carlista Diez de la Cortina (Héroe de la Última Guerra Carlista) y al Comandante Redondo, pasando revista a los Requetés en el Cortijo de el QUINTILLO el día 15 de Abril de 1934. [Foto gentileza de Requetes.com]
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lunes, noviembre 13, 2006

Un poco de historia: Jaime III

Muerto Carlos VII, su hijo Jaime asume la pretensión carlista como duque de Madrid y la del legitimismo francés como duque de Anjou –como jefe de la Casa Capeta. Don Jaime mantiene a Bartolomé Feliú como su representante regio en España (reemplazado más tarde por una Junta Suprema, compuesta por 28 miembros y presidida por el marqués de Cerralbo) y nombra a Vázquez Mella como su secretario político.

En esos años el Requeté torna en una fuerza de choque para proteger las manifestaciones carlistas del ataque de anarquistas, comunistas y nacionalistas. Manifestaciones como la protesta a nivel nacional, que el Carlismo lidera, en defensa de la enseñanza católica.

Como muchos otros católicos con preocupaciones sociales de su tiempo, Jaime III expresa algunas posiciones que parecen a muchos cercanas al socialismo. En 1914 el Carlismo obtiene tan sólo 2 diputados y algunos sectores del Carlismo achacarán este pobre desempeño a las ideas “demasiado modernas” del rey legítimo.

Mientras tanto estalla la Gran Guerra europea del ’14: la Primera Guerra Mundial. Sucede entonces que, a fin de mayo del año siguiente, Vázquez de Mella defiende públicamente la neutralidad española en la contienda. Algunos quieren ver en esta neutralidad una germanofilia que se opone a los deseos expresos del duque de Madrid.

Mientras la guerra europea llega a su fin, el marqués de Cerralbo renuncia aduciendo problemas de salud y es sustituido por Romualdo Cesáreo Sanz Escartín como presidente de la Junta Suprema carlista. En tanto que en torno de Vázquez Mella se conforma una facción llamada “tradicionalista”. Los tradicionalista se oponen a las ideas socializantes de Don Jaime, a la vez que sienten inclinación hacia la causa de las Potencias Centrales (Alemania y Austria-Hungría, especialmente esta última).

La cuestión culmina con el manifiesto de París de Don Jaime, fechado el 30 de enero de 1919, en que el pretendiente desautoriza expresamente a los funcionarios carlistas que hubiesen manifestado sentimientos germanófilos durante la guerra, recordando que él es jefe de la Casa de Borbón “cuya historia milenaria está estrechamente entretejida con la gloriosa historia de la Francia tradicional y monárquica”, y acusando a la dirigencia carlista por haber manipulado el Carlismo contra las órdenes del monarca, incluso divulgando falsedades. Se quiere evitar el enfrentamiento a toda costa. Sigue un mes de negociaciones entre las facciones jaimista y mellista. Finalmente se culmina con el cisma de Vázquez Mella, Sanz Escartín, el marqués de Valdespina, Lezama Leguizamón y el duque de Solferino que fundan el Partido Católico Tradicionalista.

Mientras tanto, otros carlistas liderados por Víctor Pradera deciden mantenerse al margen de la disputa al tiempo que comienzan a vincularse con los conservadores alfonsinos de Antonio Maura y a nacionalistas vascos monárquicos y fundar el Partido Social Popular de ideario muy próximo al del integrismo. Por su parte Don Jaime disuelve la Junta Suprema, asume la dirección general del Carlismo y nombra como secretario general a Pascual Comín (poco después reemplazado por Luis Hernando de Larramendi).

Más allá de la crisis en la cúpula partidaria, en 1920 el Carlismo organiza una amplísima campaña de reclutamiento para el Requeté, alcanzando la increíble cifra de 10 mil efectivos. Estos requetés son fundamentales para frenar la agresión cada vez más radicalizada de los grupos izquierdistas, especialmente en Cataluña, hacia el catolicismo.

Mientras tanto, el gobierno alfonsino cae en picada y recurre a la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, sobrino del perseguidor de los carlistas. Haciendo tripas corazón y entendiendo que se juega la misma existencia de España, el mellismo decide apoyar la dictadura. Lo mismo hace Don Jaime, mediante una carta al marqués de Villores.

Para 1925 se hace evidente el fracaso de la dictadura y Jaime III manifiesta su insatisfacción “al pueblo español”. Este manifiesto condena al Partido Carlista (jaimista) a ser perseguido por la dictadura. Persecución de la que el mellismo permanece al margen, mientras que la gente de Pradera se une a la Unión Patriótica fundada por simpatizantes del dictador.

Para 1930 el “crash” económico mundial y las propias inconsistencias del régimen aceleran la renuncia del dictador Primo de Rivera y la crisis de Alfonso XII culminan con la proclamación de la Segunda República tras las elecciones del 14 de abril de 1931.

En un primer momento el Carlismo, que había ido a las elecciones junto a nacionalistas vascos y regionalistas catalanes por indicación de Don Jaime, ve con buenos ojos la nueva república. Pero tan sólo unos días después la República muestra su verdadera faz cuando elementos exaltados se dedican a quemar conventos e iglesias madrileñas y asaltar las sedes de los partidos políticos “de derecha” ante la pasividad de las fuerzas republicanas.

En septiembre Jaime III y Alfonso XIII mantienen conversaciones para la firma de un nuevo “pacto de familia” y la restauración de la monarquía en España según la fórmula a la que se arribe. Pero las conversaciones culminan tras el fallecimiento de Don Jaime el 2 de octubre.

Muerto Jaime III sin hijos, el título carlista pasa a Don Alfonso, hermano de Carlos VII, veterano de la Tercera Guerra Carlista y de las guerras de Italia contra las fuerzas masónicas del rey de Cerdeña y Garibaldi. Católico devoto e integral, enemigo del modernismo y fiel del “Syllabus” papal, el nuevo pretendiente comprende que no es posible un acuerdo con el rey liberal depuesto.

Alfonso Carlos I, tal el nombre que asume, logra la reunión de casi todas las fuerzas carlistas: el Partido Carlista (jaimista), el Partido Católico Nacional (integrista) y el Partido Católico Tradicionalista (mellista). Se conforma así la Comunión Tradicionalista.

Imágenes (de arriba a abajo):
[1] Jaime III con uniforme de húsar del Zar.
[2] Alfonso Carlos I.
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viernes, noviembre 10, 2006

Resumen de doctrina carlista

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Un poco de historia: La consolidación doctrinal


Terminada la Tercera Guerra comenzará otro período para el Carlismo. Las bajas de la guerra, los exilios, a los que se suman las “cacerías” de veteranos y simpatizantes, hacen imposible un nuevo levantamiento. En situaciones similares, otros movimientos tradicionalistas sucumbieron, no es éste el caso del Carlismo que comienza un período de fecundidad intelectual frente a los desafíos que se le presentan.

En agosto de 1879, desde el exilio, Carlos VII nombra a Cándido Nocedal como su representante en suelo español con el fin de reorganizar el Carlismo conforme las posibilidades constitucionales. Nocedal, firme católico tradicional que había pasado por una desilusión con Alfonso XII, pone el énfasis de la acción carlista en la defensa de la religión católica a través de una extensa red de periódicos. Ésta doctrina, que supeditaba la acción política a la religiosa, conformará con el tiempo una facción llamada integrista.

Aún después de que Nocedal renuncie al frente del Carlismo en julio del ’85, el integrismo continuará sus campañas de prensa contra toda forma de liberalismo. Dos años después, otro integrista, Félix Sardá Salvany editará un clásico de todos los tiempos: “El liberalismo es pecado”. Más allá de los excesos en que pudo haber caído la acción integrista, su contribución a dilucidar los males del liberalismo es fundamental.

Mientras tanto, el Carlismo pasa por una redefinición de sí mismo que culmina con el alejamiento definitivo del nocedalismo. En marzo del ’88, se publica “El pensamiento del duque de Madrid”, donde Carlos VII expone lo fundamental y lo opinable de la doctrina carlista, desautorizando así a la facción integrista.

Ramón Nocedal, líder del integrismo e hijo de Cándido, acusa a Carlos VII de liberal por su manifiesto de 1874. En julio es entonces cuando se expulsa a los nocedalistas, quienes fundan el Partido Católico Nacional Monárquico, conformado por una red de 20 periódicos carlistas que se pasan a este sector.

En 1890 Carlos VII nombra al marqués de Cerralbo al frente del Carlismo. Cerralbo, que contaba con vasta experiencia política, habiendo sido senador por derecho propio, reorganiza el Carlismo sobre la base de círculos locales y juntas regionales con el fin de comenzar a participar de las elecciones.

Durante estos años electorales del Carlismo surge la figura señera de Juan Vázquez de Mella Fanjul. Sus discursos parlamentarios se convierten por sí solos en una especie de Summa Carlistae que resume y precisa el tradicionalismo hispánico. No en vano será llamado “el verbo de la Tradición”.

También en esos años va sistematizándose una mística carlista que va desde las boinas rojas hasta la Festividad de los Mártires de la Tradición (el 10 de marzo). Todo lo cual culmina con el Testamento Político de Carlos VII, redactado el 6 de enero del ’97.

Pero con el cambio de siglo se suceden algunos hechos traumáticos. Con motivo de la guerra cubana con los Estados Unidos, el Carlismo denuncia la falta de patriotismo y la ineptitud de los liberales. El plan por hacerse con el poder para revertir los fracasos alfonsinos fracasa, provocando una nueva crisis: el marqués de Cerralbo renuncia y es reemplazado por el catedrático y ex integrista Matías Barrio Mier, secundado en las Cortes por el joven ingeniero de caminos Víctor Pradera.

Mientras tanto, algunos grupos carlistas buscan soluciones por su cuenta, incluso contraviniendo la jefatura del partido. Algunos se suman a los planes pidalistas para casar a la Princesa de Asturias, hija de Alfonso XII, con el hijo del conde de Caserta, veterano carlista de la Tercera Guerra. Otros se sublevan, como los de Badalona. En Cataluña algunos se suman al regionalismo (en Vascongadas, con anterioridad, algunos carlistas se habían mudado al nacionalismo vasco). En 1907 el Carlismo pelea la lucha contra el centralismo madrileño en el terreno electoral, incluso junto a republicanos federales, alfonsinos y nacionalistas.

Es en ese tiempo que Juan María Roma funda el Requeté como organización juvenil carlista. Con el tiempo, posiblemente influenciados por los camelots du roi franceses, el Requeté se convertirá en una verdadera organización paramilitar capaz de tener una actuación destacadísima y fundamental durante la Cruzada de 1936.

Cuando el 18 de julio de 1909 fallece Carlos VII en Varese, el Carlismo ha dejado de ser un simple movimiento legitimista para convertirse en una doctrina fundamental dentro del ideario católico tradicional.
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viernes, noviembre 03, 2006

Un poco de historia: Tercera Guerra Carlista

La “Carta a los españoles” de la princesa de Beira se convierte en el programa de gobierno de Carlos VII, el duque de Madrid. Ya en septiembre de 1866 requiere a su padre Don Juan que aclara qué hay de cierto respecto a su abdicación y sumisión a Doña Isabel. En esa misma carta, asumiendo la tesis tradicionalista, manifiesta que si los derechos legitimistas han sido abandonados por su progenitor, él está dispuesto a ejercerlos.

Mientras tanto, la situación en la Península se hacía complicada para los liberales en el poder, ya que una vez más la Revolución se devoraba a sus propios hijos. Es que en septiembre del ’68 un golpe de estado depone a Isabel. Mientras la reina liberal marcha al exilio en Francia y el general Serrano entra en Madrid, el liderazgo carlista se solidifica al abdicar Juan III de todas sus pretensiones en su hijo Carlos VII.

El 30 de junio del año siguiente el duque de Madrid envía una carta pública a su hermano Alfonso que se convierte en un verdadero manifiesto programático del Carlismo. Allí se promete la restauración de los fueros, el llamado a Cortes según una estructura tradicional, la promulgación de una Carta constitucional y el seguimiento de una política económica proteccionista.

Durante todo ese año y el siguiente, Carlos VII reorganiza el Partido Carlista como Comunión Católica Monárquica y se le unen muchos isabelinos desengañados.

Mientras en Madrid se “elige” rey al liberal Amadeo de Saboya, el hijo del carcelero del Papa. Las Cortes llaman a elecciones en el ’71 y el Carlismo obtiene 50 diputados y 30 senadores, presididos por el conde de Orgaz.

El crecimiento del Carlismo es impresionante y los liberales amadeístas deben recurrir al fraude. En abril del ’72 la Comunión Católica Monárquica denuncia el fraude y Carlos VII llama a un nuevo alzamiento y se traslada a la frontera franco-española.

El 21 de abril Don Carlos lanza un manifiesto a los españoles. En Navarra se han juntado varios miles de voluntarios y el general Rada –nombrado comandante por el duque de Madrid—parte a su encuentro.

Durante abril se repiten los alzamientos en Vizcaya y Guipúzcoa donde los carlistas parten al monte. Numerosos exiliados, veteranos de anteriores intentos como el cura Santa Cruz, recruzan la frontera y se ponen al mando de los más jóvenes.

El 2 de mayo Carlos VII en persona ingresa en Navarra y se pone al frente de las tropas carlistas en Oroquieta. Allí son sorprendidos por las fuerzas gubernamentales que fuerzan a muchos carlistas y a su rey a recruzar la frontera hacia Francia.

Pero no todo está perdido. En vez de darse por vencidos, los carlistas se alzan por todos lados. Se levantan nuevas partidas en Vizcaya, Cataluña, Navarra, Aragón, Castilla y Guipúzcoa. Otra vez, los veteranos “matiners” catalanes se reorganizan en partidas comandadas por Tristany, Savalls y Castells.

En Amorebieta (Zornotza) un convenio entre liberales y carlistas intenta poner fin a la insurrección, pero los leales a Carlos VII no se dan por vencidos. Y así el 16 de julio Don Carlos, tras reingresar en Navarra, restaura los fueros de la corona de Aragón abolidos por su antepasado Felipe V. En su carácter de comandante general del Principado de Cataluña, su hermano Don Alfonso, publica el manifiesto a sus leales aragoneses, catalanes y valencianos que reciben las noticias con algarabía.

La llamada Tercera Guerra Carlista ha estallado. El gobierno suprime la prensa carlista y persigue a los simpatizantes. Al mismo tiempo se intenta dar una batalla decisiva en el Norte español, pero la derrota gubernamental en Santa Bárbara de Mañeru, da nuevos ímpetus al Carlismo.

Muchos de los firmantes del convenio se declaran en rebeldía. La chispa del alzamiento carlista se multiplica en diciembre del ’72. Muchos veteranos carlistas regresan a la Península. Se organizan nuevas partidas guerrilleras.

En febrero del año siguiente el monarca liberal finalmente abdica y se proclama la Primera República. Los isabelinos que aún dudaban, se suman al bando carlista. El general Dorregaray penetra en tierra española y se hace cargo de 50 mil voluntarios.

En Navarra y en Cataluña los carlistas combaten con éxito a los republicanos. En el curso del ’73 el tradicionalismo se hace fuerte en Navarra y gran parte del territorio catalán. En agosto toman Estella en Navarra, ciudad que se convertirá durante unos años en capital de un verdadero reino carlista independiente presidido por Carlos VII.

Pero los republicanos no se quedan de brazos cruzados. Los carlistas rechazan heroicamente ataques en Mañeru, Conca y el mítico Montejurra. Por su parte, el duque de Madrid contraataca y pone sitio a Bilbao.

Al año siguiente, en febrero, los republicanos intentan en vano levantar el sitio bilbaíno. El frente de Aragón se complica pero al mismo tiempo se obtienen triunfos en Cataluña.

En marzo el mismísimo mariscal Serrano, “protector de la República”, se llega hasta Bilbao con una poderosísima fuerza pero son detenidos en Samorrostro por los carlistas del general Elío. Recién en mayo Serrano logra levantar el sitio, ante una retira carlista en perfecto orden.

Habiendo liberado Bilbao en forma tan lastimosa, los liberales organizan una ofensiva durante junio. En Estella los carlistas detienen el avance, en Abárzuza lo rechazan y en Montemuro los obligan a retirarse. Al mes siguiente, y tras un revés en Gandesa, donde muere heroicamente el coronel Segarra, Don Alfonso lidera a los carlistas catalanes en la toma de Cuenca, a sólo 136 kilómetros de Madrid, ciudad que tras su saqueo es abandonada.

Para septiembre del ’74 los carlistas ocupaban casi todo el País Vasco y la Navarra, excepto las capitales. Al mando del general Lozano, parte entonces una expedición carlista hacia Murcia.

Comprobando que la causa republicana no tendrá éxito aún entre los españoles, las logias deciden jugar la carta isabelina. Es entonces a fin de año que en Sagunto, y luego en Madrid, algunos jefes liberales se pronuncian contra la república y a favor de Don Alfonso, el hijo de Isabel II.

Con el nombre de Alfonso XII, el líder liberal llega a tierra española a comienzos de 1875. En febrero logra escapar por milagro a la derrota de sus partidarios en la batalla de Lácar. Y en los meses siguientes reorganiza sus fuerzas.

Alfonsinos o republicanos, los liberales son igualmente despiadados e intentan someter a la población mediante el miedo y la ambición. En junio comienza el embargo masivo de bienes de sospechosos de carlismo.

Mientras tanto el 3 de julio, Carlos VII juraba los históricos fueros vizcaínos junto al mítico árbol de Guernica, acompañado de su padre, su mujer y cuñado, y muchos de sus jefes militares. Este hecho fue muy celebrado por los vascos emigrados en la Argentina.

A fines de agosto cae Seo de Urgel, heroicamente defendida por los carlistas al mando de Tristany, Savalls, Castells y Dorregaray durante meses.

Terminada la campaña catalana, a comienzos del ’76 los alfonsinos dan inicio a una feroz ofensiva en el Norte español. Martínez Campos ocupa el valle del Baztán, Jenaro de Quesada reprime Vizcaya y Guipúzcoa, mientras que Primo de Rivera arremete contra Estella –la capital carlista.

Los carlistas defienden Estella desde el Montejurra. Detienen el avance pero al saberse muy inferiores en número, se retiran ordenadamente, cayendo dos días después la capital de Don Carlos.

El 28 de febrero de 1876 en Valcarlos, cerca de la frontera con Francia, Carlos VII se despide sus voluntarios y termina con una promesa eterna: “¡Volveré!”
Superior: Retrato de Carlos VII.
Inferior: Imagen de la Tercera Guerra Carlista, cuadro de Augusto Ferrer Dalmau.
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La Tradición es la Esperanza

La Tradición es la Esperanza
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