Terminada la Tercera Guerra comenzará otro período para el Carlismo. Las bajas de la guerra, los exilios, a los que se suman las “cacerías” de veteranos y simpatizantes, hacen imposible un nuevo levantamiento. En situaciones similares, otros movimientos tradicionalistas sucumbieron, no es éste el caso del Carlismo que comienza un período de fecundidad intelectual frente a los desafíos que se le presentan.
En agosto de 1879, desde el exilio, Carlos VII nombra a Cándido Nocedal como su representante en suelo español con el fin de reorganizar el Carlismo conforme las posibilidades constitucionales. Nocedal, firme católico tradicional que había pasado por una desilusión con Alfonso XII, pone el énfasis de la acción carlista en la defensa de la religión católica a través de una extensa red de periódicos. Ésta doctrina, que supeditaba la acción política a la religiosa, conformará con el tiempo una facción llamada integrista.
Aún después de que Nocedal renuncie al frente del Carlismo en julio del ’85, el integrismo continuará sus campañas de prensa contra toda forma de liberalismo. Dos años después, otro integrista, Félix Sardá Salvany editará un clásico de todos los tiempos: “El liberalismo es pecado”. Más allá de los excesos en que pudo haber caído la acción integrista, su contribución a dilucidar los males del liberalismo es fundamental.
Mientras tanto, el Carlismo pasa por una redefinición de sí mismo que culmina con el alejamiento definitivo del nocedalismo. En marzo del ’88, se publica “El pensamiento del duque de Madrid”, donde Carlos VII expone lo fundamental y lo opinable de la doctrina carlista, desautorizando así a la facción integrista.
Ramón Nocedal, líder del integrismo e hijo de Cándido, acusa a Carlos VII de liberal por su manifiesto de 1874. En julio es entonces cuando se expulsa a los nocedalistas, quienes fundan el Partido Católico Nacional Monárquico, conformado por una red de 20 periódicos carlistas que se pasan a este sector.
En 1890 Carlos VII nombra al marqués de Cerralbo al frente del Carlismo. Cerralbo, que contaba con vasta experiencia política, habiendo sido senador por derecho propio, reorganiza el Carlismo sobre la base de círculos locales y juntas regionales con el fin de comenzar a participar de las elecciones.
Durante estos años electorales del Carlismo surge la figura señera de Juan Vázquez de Mella Fanjul. Sus discursos parlamentarios se convierten por sí solos en una especie de Summa Carlistae que resume y precisa el tradicionalismo hispánico. No en vano será llamado “el verbo de la Tradición”.
También en esos años va sistematizándose una mística carlista que va desde las boinas rojas hasta la Festividad de los Mártires de la Tradición (el 10 de marzo). Todo lo cual culmina con el Testamento Político de Carlos VII, redactado el 6 de enero del ’97.
Pero con el cambio de siglo se suceden algunos hechos traumáticos. Con motivo de la guerra cubana con los Estados Unidos, el Carlismo denuncia la falta de patriotismo y la ineptitud de los liberales. El plan por hacerse con el poder para revertir los fracasos alfonsinos fracasa, provocando una nueva crisis: el marqués de Cerralbo renuncia y es reemplazado por el catedrático y ex integrista Matías Barrio Mier, secundado en las Cortes por el joven ingeniero de caminos Víctor Pradera.
Mientras tanto, algunos grupos carlistas buscan soluciones por su cuenta, incluso contraviniendo la jefatura del partido. Algunos se suman a los planes pidalistas para casar a la Princesa de Asturias, hija de Alfonso XII, con el hijo del conde de Caserta, veterano carlista de la Tercera Guerra. Otros se sublevan, como los de Badalona. En Cataluña algunos se suman al regionalismo (en Vascongadas, con anterioridad, algunos carlistas se habían mudado al nacionalismo vasco). En 1907 el Carlismo pelea la lucha contra el centralismo madrileño en el terreno electoral, incluso junto a republicanos federales, alfonsinos y nacionalistas.
Es en ese tiempo que Juan María Roma funda el Requeté como organización juvenil carlista. Con el tiempo, posiblemente influenciados por los camelots du roi franceses, el Requeté se convertirá en una verdadera organización paramilitar capaz de tener una actuación destacadísima y fundamental durante la Cruzada de 1936.
Cuando el 18 de julio de 1909 fallece Carlos VII en Varese, el Carlismo ha dejado de ser un simple movimiento legitimista para convertirse en una doctrina fundamental dentro del ideario católico tradicional.
En agosto de 1879, desde el exilio, Carlos VII nombra a Cándido Nocedal como su representante en suelo español con el fin de reorganizar el Carlismo conforme las posibilidades constitucionales. Nocedal, firme católico tradicional que había pasado por una desilusión con Alfonso XII, pone el énfasis de la acción carlista en la defensa de la religión católica a través de una extensa red de periódicos. Ésta doctrina, que supeditaba la acción política a la religiosa, conformará con el tiempo una facción llamada integrista.
Aún después de que Nocedal renuncie al frente del Carlismo en julio del ’85, el integrismo continuará sus campañas de prensa contra toda forma de liberalismo. Dos años después, otro integrista, Félix Sardá Salvany editará un clásico de todos los tiempos: “El liberalismo es pecado”. Más allá de los excesos en que pudo haber caído la acción integrista, su contribución a dilucidar los males del liberalismo es fundamental.
Mientras tanto, el Carlismo pasa por una redefinición de sí mismo que culmina con el alejamiento definitivo del nocedalismo. En marzo del ’88, se publica “El pensamiento del duque de Madrid”, donde Carlos VII expone lo fundamental y lo opinable de la doctrina carlista, desautorizando así a la facción integrista.
Ramón Nocedal, líder del integrismo e hijo de Cándido, acusa a Carlos VII de liberal por su manifiesto de 1874. En julio es entonces cuando se expulsa a los nocedalistas, quienes fundan el Partido Católico Nacional Monárquico, conformado por una red de 20 periódicos carlistas que se pasan a este sector.
En 1890 Carlos VII nombra al marqués de Cerralbo al frente del Carlismo. Cerralbo, que contaba con vasta experiencia política, habiendo sido senador por derecho propio, reorganiza el Carlismo sobre la base de círculos locales y juntas regionales con el fin de comenzar a participar de las elecciones.
Durante estos años electorales del Carlismo surge la figura señera de Juan Vázquez de Mella Fanjul. Sus discursos parlamentarios se convierten por sí solos en una especie de Summa Carlistae que resume y precisa el tradicionalismo hispánico. No en vano será llamado “el verbo de la Tradición”.
También en esos años va sistematizándose una mística carlista que va desde las boinas rojas hasta la Festividad de los Mártires de la Tradición (el 10 de marzo). Todo lo cual culmina con el Testamento Político de Carlos VII, redactado el 6 de enero del ’97.
Pero con el cambio de siglo se suceden algunos hechos traumáticos. Con motivo de la guerra cubana con los Estados Unidos, el Carlismo denuncia la falta de patriotismo y la ineptitud de los liberales. El plan por hacerse con el poder para revertir los fracasos alfonsinos fracasa, provocando una nueva crisis: el marqués de Cerralbo renuncia y es reemplazado por el catedrático y ex integrista Matías Barrio Mier, secundado en las Cortes por el joven ingeniero de caminos Víctor Pradera.
Mientras tanto, algunos grupos carlistas buscan soluciones por su cuenta, incluso contraviniendo la jefatura del partido. Algunos se suman a los planes pidalistas para casar a la Princesa de Asturias, hija de Alfonso XII, con el hijo del conde de Caserta, veterano carlista de la Tercera Guerra. Otros se sublevan, como los de Badalona. En Cataluña algunos se suman al regionalismo (en Vascongadas, con anterioridad, algunos carlistas se habían mudado al nacionalismo vasco). En 1907 el Carlismo pelea la lucha contra el centralismo madrileño en el terreno electoral, incluso junto a republicanos federales, alfonsinos y nacionalistas.
Es en ese tiempo que Juan María Roma funda el Requeté como organización juvenil carlista. Con el tiempo, posiblemente influenciados por los camelots du roi franceses, el Requeté se convertirá en una verdadera organización paramilitar capaz de tener una actuación destacadísima y fundamental durante la Cruzada de 1936.
Cuando el 18 de julio de 1909 fallece Carlos VII en Varese, el Carlismo ha dejado de ser un simple movimiento legitimista para convertirse en una doctrina fundamental dentro del ideario católico tradicional.
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