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sábado, abril 20, 2013

El día después del 18-A

Habiendo pasado 24 horas desde la manifestación de protesta del día de ayer, algunos carlistas argentinos nos permitimos hacer la siguiente reflexión.
La Argentina no termina de encontrar su camino y parece destinada a una cada vez más pronunciada decadencia que la asemeje, ya no a los países hermanos menos favorecidos del continente americano, sino a las más postradas naciones africanas. Esta decadencia se ha hecho evidente en los últimos cuarenta años. Y esto, en el marco de las protestas de ayer, merece una reflexión desde el punto de vista de la tradición.
Esta decadencia de que hablamos se refleja también en los reclamos que abanderaron a los manifestantes de hace unas pocas horas. Inseguridad, inflación, intromisión del Gobierno en la Justicia y en los medios de difusión, y corrupción podrían resumir bien las distintas quejas.
Pero, atribuir a la presidente bCristina Fernández y sus colaboradores, o a 'los políticos' en general, las culpas de este estado de situación es quedarse en lo anecdótico y superficial, corriendo el riesgo de que, como aconteció en 2001-2, a pesar del que 'se vayan todos', volvieron 'todos' y con más fuerza que antes.
Creemos que esto sucedió por miopía en la mirada sobre el problema institucional argentino que no es un problema de 'malos' políticos y funcionarios en un sistema impoluto, sino de un 'esquema' que produce este tipo de políticos y funcionarios casi exclusivamente.
Si bien podemos rastrear las causas yendo más de 200 años hacia atrás, digamos para abreviar que, cuanto más nos alejamos de la tradición política hispánica, más nos hundimos en el fango de un sistema que no encuentra salida y que sólo sirve para sumir en la indigencia material y (más importante) espiritual a cada vez más millones de argentinos.
Nuestro pasado hispánico ciertamente no era un paraíso, pero en él no había necesidad de ejércitos ni cuerpos permanentes de policía, porque se vivía en paz y seguridad.
La economía se manejaba dentro de límites sensatos, donde se penaba la especulación y la usura, al tiempo que el poder cobraba impuestos razonables, temporales y con asignación específica, se protegía la industria local mientras se penaba el aumento injustificado de precios o la disminución de la calidad de los productos.
Aunque el Rey, y los funcionarios designados por él para este cometido (el Virrey en primer lugar), administraban la justicia, se cuidaba de las arbitrariedades ya que debía respetar, sobre todo, la ley de Dios, el orden natural y las leyes tradicionales del Reino, las cuales no podía modificar (¡ni aún con el 54%!) sin convocar a Cortes en forma específica dentro de límites muy estricto. A esas Cortes concurrían representantes de intereses 'concretos' del Reino (municipios, universidades, gremios, etc.), que debían cumplir un explícito mandato entregado por sus mandantes, y, por lo tanto, no se encontraban sujetos a ideologías, disciplinas partidarias, sobornos, etc., sino a opinar y votar dentro de los límites del mandato imperativo, independientemente de las ideas personales que pudiese tener sobre el punto en discusión. Y si no cumplía, su mandato caducaba y los representados debían nombrar a otro mandatario que hiciese escuchar su voz ante el Rey y los representantes del Reino.
Por su parte, los medios de difusión no podían convertirse en un poder 'en las sombras' que respondiesen a oscuros intereses financieros o revolucionar
ios, cuando, dejando a salvo el decoro y respeto a las dignidades, y contando con las licencias que acreditaran un mínimo de nivel intelectual, actuaban con la mayor libertad, sin coaccionar la conciencia de sus lectores con la (supuesta) 'opinión pública'.
La venerable institución del Juicio de Residencia sometía a todo funcionario público, desde un simple sereno hasta el más encumbrado virrey, a una rigurosa auditoría y sumario al término de su mandato con la participación de todos los involucrados, supuestos perjudicados, testigos y demás. Nuestros archivos del mal llamado período colonial (nuestra Argentina no fue jamás una colonia sino un Reino) están plagados de estos procesos. Hasta el más humilde vecino se aproximaba al cabildo o la audiencia para exponer sus agravios; los cuales, tal elevado personaje se veía obligado a explicar y justificar, si podía. Y no era una parodia de formalismo, no fueron pocos los funcionarios que, no pudiendo sortear exitosos este trámite, hubieron de pagar multas, restituir salarios 0 verse inhabilitados para volver a ocupar un cargo cualquiera en nombre del Rey. Lamentable, la Argentina, en su historia independiente, se fue alejando de esta venerable institución. El último desastre, en este sentido, fue la supresión de los Tribunales de Cuentas, la Ley de Contabilidad Pública y los últimos sobrevivientes de las instituciones hispánicas, durante la 'reforma del Estado' del Menemismo. De aquellos polvos, estos lodos que hoy nos inundan.
Por todo esto, creemos que no alcanza sólo con salir a protestar. Hay que replantearse, en serio, una reforma. Una reforma que no es una utopía, sino un regreso a tradiciones venerables de nuestra patria que nunca debieron haber sido abandonadas.
Ante todo, un retorno al respeto absoluto de la ley natural. ¿Cómo no va atropellar una Constitución, en última instancia una convención de personas que se ponen de acuerdo en unos mínimos, quien no ve mal que los invertidos se casen y adopten hijos, que los inocentes sean asesinados en los vientres de sus madres, que las familias se hagan y deshagan según el particular humor de los cónyuges? El gran pensador católico inglés, G. K. Chesterton decía qud cuando no se respetan las grandes leyes, aparecen las 'pequeñas' leyes. Bueno, la Argentina, en poco más de un siglo, ha acumulado casi 30.000 leyes nacionales, infinidad de leyes provinciales, decretos, ordenanzas municipales, reglamentaciones administrativas, etc., de manera que hoy nadie puede estar seguro de no estar en infracción sobre alguna cosa.
Tampoco es posible olvidar a Dios y el culto público que se le debe. Un Estado neutro en materia de religión es algo que nunca se ha visto ni se ha de ver. Un Estado que no rinde culto a Dios termina siendo alabado como si de un dios se tratara. Él decide que es lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo. Hoy decide que un niño no es persona hasta 'x' semanas de concebido... Y mañana, quizás, se le ocurra abolir la ley de gravedad. 'El Estado somos todos', será la gran mentira que repta de su boca, mientras suprime la sociedad y los cuerpos intermedios, quedándose con individuos aislados que, cada tantos años, meten una papeleta en una urna, elegida de entre una terna que ese mismo Estado le ha proporcionado y bajo la presión de los medios de difusión que ya le han dicho a quién votar si no quiere apostar a 'perdedor'.
Hay que volver a los grandes ideales, como el de la Patria en primer lugar, como aquel patrimonio que se ha heredado de nuestros padres y antepasados, y que debe ser fructificado para entregar a nuestros hijos y descendientes. Si fuésemos verdaderos patriotas, no acumularíamos deuda pública hipotecando el futuro de los que vendrán, no explotaríamos los recursos naturales, el suelo productivo ni el agua potable como si mañana se acabase el mund o, ahorraríamos en vez de consumir todo nuestro ingreso en subterfugios cada vez más innecesarios, crearíamos ciudades más humanas y no levantaríamos torres cada vez más altas con departamentos para familias cada vez más pequeñas, pagaríamos a nuestros empleados no sólo lo necesario pama vivir sino también lo que les permita ahorrar un pequeño capital para vivienda e independencia económica...
Debemos respetar la sabiduría popular plasmada en innumerables costumbres, pactos tácitos, tradiciones locales y familiares, dando libertad para la constitución de patrimonios familiares, comunales, cooperativos, mutuales, etc., protegidos de la especulación bancaria y financiera. Reformar un sistema impositivo asfixiante a la vez que inoperante, armado de forma completamente artificial y anti-subsidiario, con un régimen de co-participación que, en la práctica, sólo ha servido para someter a las provincias a la voluntad del poder central, y a los partidos, departamentos y municipios a los caprichos de la capital provincial. Regresar a un federalismo bien entendido, donde Buenos Aires respete a las provincias, ellas a sus municipios y éstos a sus localidades, dándoles las herramientas para resolver la mayor cantidad posible de problemas al nivel local.
Hacia arriba también es tiempo de que comencemos en serio a actuar mancomunadamente con los países hermanos de Hispanoamérica y con la Madre Patria. Un bloque iberoamericano representaría un actor de peso en la economía y en el comercio mundial. Nuestros países, así unidos, no deberían seguir mendigando las migajas que nos quieran ofrecer China, los Estados Unidos o la Unión Europea.
Claro que esta unión no puede ser simplemente una sociedad comercial. Es mucho más que eso lo que nos une. Son 500 años de una misma cultura con una raíz milenaria. Donde ya San Isidoro de Sevilla, en el siglo V, estampaba este principio fundante de la política hispánica, 'Rey eres si rectamente actúas, si no lo haces, no eres Rey'.
Esta unidad de países hispánicos, 'las Españas' plurales de la tradición, reclaman un principio que encarne ese punto de unión cultural e histórico. Ese principio no es otro que el de la monarquía legítima, tradicional, social y representativa. No el personaje que ocupa el cargo de jefe del Estado español y que usurpa el título de rey, sino el Rey legítimo de la dinastía injustamente desposeída en 1833 por la revolución liberal que azotó la España peninsular.
Sabemos que es éste el punto tal vez más polémico, el escollo insalvable para la gran mayoría de argentinos formados en 200 años de mentiras, tergiversaciones y malosentendidos. Sobre las ventajas de la monarquía sobre la forma republicana se han escrito cientos de obras y no es este el momento de adentrarnos en esto. Sólo dejamos planteado el tema y esperamos despertar el interés en algunos de nuestros lectores...
Por el momento, nos contentamos con señalar que no alcanza con protestar, que de nada sirve cambiar las caras si el juego no cambia, que existen alternativas válidas y viables a nuestro sistema decadente y fracasado, que sólo se puede hacer el cambio positivo en el respeto de la ley natural y cristiana, que hay que rescatar el ideal patriótico si se quiere superar egoísmos disolventes, y que es necesario reconstruir el tejido social devolviendo el poder a los gobiernos locales, a los cuerpos intermedios y a las familias.
Hay que estar dispuesto a romper estructuras mentales y pensar por fuera de la caja. Y, sobre todo, escapar de las imposiciones de los medios de difusión. Hay un mundo de posibilidades allí afuera. No nos contentemos con más de lo mismo. Atrevámonos a soñar con otra realidad. Seamos originales, que, como decía el gran arquitecto catalán Gaudí, no es más que volver al origen. La Tradición es la Esperanza, también para nuestra patria.

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La Tradición es la Esperanza

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