jueves, agosto 16, 2012

Juan Marzal: Carlista, jesuita, literato y maestro


Juan Marzal Soler nació en Valencia el 5 de febrero de 1872. Estudió en el Colegio de San José que regenteaban en la clandestinidad los Padres Jesuitas. La Compañía de Jesús había sido expulsada del suelo español y su centenario colegio valenciano, secularizado. En 1870, el Provincial Jesuita de Aragón había enviado a un par de jesuitas, que vestidos de seglar y con apoyo del Marqués de Bellet y otros notables, fundaron en relativo secreto otro colegio.



Tocó al joven Juan Marzal estudiar en los años de la Tercera Guerra Carlista y, entre los católicos valencianos, no faltaban simpatías por la causa de Don Carlos. Se festejaban en forma más o menos secreta los éxitos de las armas legitimistas y, especialmente, se anhelaba la buena fortuna del príncipe Don Alfonso y de sus capitanes en el frente del Este, especialmente en el Maestrazgo y en Castellón, a pocos kilómetros de Valencia.

D. Alfonso y su esposa, Da. María de las Nieves en tiempos de la III Guerra Carlista

En 1890, Juan termina el Colegio y, poco después, el 11 de febrero de 1892, ingresa a la Compañía de Jesús en Veruela (Zaragoza). Cursa las Humanidades y un año de Filosofía allí en Veruela (1894-97).  Posteriormente, enseña en el Colegio del Salvador de Zaragoza (1897-1901). Empezó la Teología en el San Jerónimo de Murcia (1903-05) y la termina en Tortosa (1905-06). El 29 de julio de 1906 es ordenado sacerdote en Tortosa (Tarragona). Enseña Literatura en el Colegio de Zaragoza (1906-07). Hace la Tercera Probación en Manresa y es enviado a la Argentina, a donde llega en Julio de 1908. 

Aquí fue profesor en el Colegio del Salvador en Buenos Aires (1908-11). Sus últimos votos los toma el 2 de febrero de 1909 en esta ciudad. Estuvo, luego, un año en el Colegio San Ignacio de Santiago de Chile. Y, de allí, regresa a la Argentina pero ahora reside en la ciudad de Santa Fe.

El Colegio de la Inmaculada c. 1915, mientras se realizaban las ampliaciones del segundo piso.

En Santa Fe vive casi toda su vida en Santa Fe, siendo profesor de Literatura en el prestigiosísimo Colegio de la Inmaculada Concepción (1913-31). 

Todos los que fueron alumnos suyos coincidían en lo cautivantes que eran sus clases. Fundó allí la Academia Literaria, de la que era "presidente honorario perpetuo", y en la que era un verdadero honor ingresar. 

Fue maestro admirado y querido de Horacio Caillet Bois, Agustín Zapata Gollán, el P. Leonardo Castellani, Carlos María Aranguren, Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast), Alfonso Durán, Francisco Magín Ferrer, entre otros muchos notables de la cultura argentina. 

Mucho quiso al taciturno adolescente Leonardo Castellani. Este, pasaba los recreos leyendo en la biblioteca del Colegio, donde abundaba la literatura tradicionalista y contrarrevolucionaria así como los clásicos del Siglo de Oro español. Marzal y otros profesores jesuitas de la "carlista" Provincia de Aragón guiaron al joven en sus lecturas de Gaspar Melchor de Jovellanos, Juan Donoso Cortés, Jaime Balmes, Ramón Nocedal y Romea, Manuel Tamayo y Baus, Adolfo Claravana, Pedro de Alarcón, Antonio Aparisi y Guijarro, Marcelino Menéndez y Pelayo, José María de Pereda, Juan Vázquez de Mella, el Padre José Francisco de Isla y, por supuesto, Santa Teresa de Jesús. No sólo a través de los volúmenes de sus obras, sino también de los periódicos y revistas que se recibían en abundancia -- publicaciones no sólo "serias" sino también "satíricas" (un género muy cultivado por los publicistas españoles tradicionalistas del cambio de siglo. Algunos conocidos y celebrados versos del Padre son adaptaciones de estas lecturas al ámbito local.)

 
 


Tanto cariño le tuvo Castellani (su biógrafo, Sebastián Randle, considera que el joven Leonardo quiso hacerse jesuita para imitar a su maestro), que muy probablemente los dichos de su "tío, el cura", que aparecen una y otra vez en la obra castellaniana, hayan sido efectivamente inspirados en consejos y reflexiones que Marzal hacía a este niño tan peculiar. La correspondencia con su condiscípulo Caillet-Bois, así parece darlo a entender.

El P. Marzal escribió, además, numerosos ensayos literarios, pero fundamentalmente obras de teatro, como “El crimen de hoy” (con el seudónimo Pedro de Arlanza, 1915), “Verdugo y víctima: Cuadros dramáticos” (también como Pedro de Arlanza, 1916), “La bandera argentina” (1917), “Noche de ánimas” (1918), “El caballero de Dios: San Ignacio de Loyola” (Bs. As., 1923), “Fe y patria: Teatro escolar” (1943), “Estampas de Navidad” (1945), entre otras. 

Su prestigio cruzaba los mares e incluso fue consultado con frecuencia por el poeta y dramaturgo español Juan Antonio Cavestany. Su nombre aparecía cada tanto y con orgullo en las Cartas y Noticias Edificantes de la Provincia de Aragón de la Compañía de Jesús. 

Entre 1925 y 1932, dirigió la revista del colegio, La Inmaculada, que alcanzó un altísimo nivel. 

En 1932 será trasladado a Mendoza, donde fue Superior de las Residencias (1932-34). Luego pasa a Buenos Aires, donde nuevamente y por varios años será Superior de las Residencias (1934-41). 

Ese año ‘41 regresó a Santa Fe, a su querido Colegio de la Inmaculada, siendo Director Espiritual de Alumnos hasta su muerte diez años después. 

Este devotísimo hijo de María, falleció en la Ciudad de Santa Fe el 15 de agosto de 1951, fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María. 

Salvador Cabedo dibujó un retrato del P. Marzal que se conserva en el patrimonio del Museo Provincial de Bellas Artes “Rosa Galisteo de Rodríguez” (Santa Fe). 

Algunos de sus versos fueron publicados en la antología de Veintiséis Poetas Argentinos: 1810-1920 (Buenos Aires: Editorial Universitaria, 1960). En 1964 se estrenó en Bilbao, “Desdén, afición y amor: Drama histórico”, obra póstuma del P. Marzal.





miércoles, agosto 01, 2012

Anécdota americana



Es sabido que, cuando don Carlos VII visitó la Argentina en 1887, su intención era entrevistarse con algún líder católico local y algunos emigrados carlistas, para, luego, embarcar sin demora hacia Europa. Pero aquí se vio gratamente sorprendido por la hospitalidad y el cariño con que fue recibido, no sólo por los emigrados españoles y dirigentes católicos argentinos, sino también por figuras públicas de ideas totalmente contrarias a los principios del carlismo.

Uno de ellos fue el entonces presidente Miguel Juárez Celman que lo invitó a visitar la Provincia de Córdoba, aún en ese entonces con un aspecto hispánico muy característico. Fue así que, el 18 de agosto, en tren despachado especialmente por Marcos Juárez —hermano del presidente y futuro gobernador cordobés—, partió el Rey legítimo de Las Españas. Lo acompañó parte de su séquito y algunos amigos y correligionarios que encontró en Buenos Aires. El mismísimo Presidente Juárez Celman lo acompañó hasta el andén para despedirlo. Su hermano Marcos también se unió a la comitiva motorizada.

En el trayecto, Don Carlos conocerá la ciudad de San Nicolás, siendo homenajeado por un grupo de veteranos navarros que residían allí, y Rosario, donde aunque intentó pasar desapercibido, provocó un gran revuelo de personas que querían saludar afectuosamente al legendario Rey español en el exilio.

Una anécdota poco conocida fue la acontecida en el mismo tren. Allí fue reconocido por un veterano de la última Guerra Carlista que casualmente viajaba. La conversación fue cordialísima, llena de recuerdos y anécdotas. Los coches de primera clase de aquel tiempo eran grandes salones sin divisiones, corridos de extremo a extremo, y pronto los pasajeros que iban en el mismo vagón se arremolinaron en torno a Don Carlos, el veterano y los miembros de la comitiva.

Fue entonces que se le aproximó un hombre que, no pudiendo contenerse, se presentó como español, confesándose liberal. Es más, recordó haber peleado contra los carlistas, como integrante de los Voluntarios de Castro Urdiales.

En una salida desgraciada de aquel cuerpo, fue que cayó prisionero de los carlistas. Genuinamente interesado, el Duque de Madrid le preguntó cómo había sido tratado por sus captores.

“Perfectamente, señor.” Y agregó: “No tengo más que motivos de gratitud por las atenciones empleadas con nosotros, y me alegro de que esta circunstancia me permita decírselo al señor y manifestar mi reconocimiento.” Finalizó diciendo: “En cuanto salgamos del tren, voy a escribir a Castro-Urdiales, a mi anciana madre, que es carlista decidida, y que llorará de gozo cuando le diga que he hablado con Don Carlos.”

En la estación del ferrocarril en la ciudad de Córdoba, Don Carlos y su comitiva fueron calurosamente recibidos por los dirigentes de la Asociación Católica de aquella provincia, el superior provincial de la Compañía de Jesús (Juan Cherta) y los responsables del diario católico Los Principios.

En fin, una anécdota más del primer viaje de un soberano español (¡y qué soberano!) a las Españas americanas.