viernes, septiembre 15, 2006

Un poco de historia

Pero antes de proseguir con el ideario, un poco de historia.

Por lo menos cuando yo iba al secundario, los argentinos estudiamos la historia española más o menos durante lo que suele llamarse (mal) “período colonial” hasta 1810 y después parece que a España se la traga la tierra.

Si hacemos un poquito de memoria, recordaremos a la Casa de Austria al frente del Imperio Español en los siglos XVI y XVII, defendiendo lo que queda de la Cristiandad en los mares y las campos de batalla europeos. Pero con la muerte del último de los Austrias, se quedan con el poder los Borbones, ya en el XVIII.

A mano de los ministros franceses o afrancesados de estos reyes, comienza así un período de “modernización”: centralismo, supresión de libertades locales (fueros), penetración de la llamada Ilustración, persecución de los jesuitas, excesos en política religiosa (regalismo), etc., etc. Todo lo cual culmina con la derrota frente a Gran Bretaña en Trafalgar y (años después) la invasión napoleónica. Y como consecuencia inmediata: las independencias americanas. Todo lo cual dañó la economía y, lo que es más importante, la sociedad española de manera que para el 1800 poco quedaba del gran imperio hispánico.

En el medio de esto, las intrigas del Príncipe Fernando (el futuro Fernando VII), el Ministro Godoy, el rey Carlos IV, Napoleón y los ingleses. Por otro lado, el movimiento juntista, originalmente de tendencia tradicionalista, pero luego copado por el liberalismo afrancesado y la masonería pro-británica, pareció asumir para sí (en nombre de ese concepto tan vago: “el pueblo”) la soberanía de la nación. Es así como las Cortes reunidas en Cádiz promulgan una constitución liberal.

El absolutismo ilustrado daba a luz al liberalismo, que primero será monárquico-constitucional, luego republicano y hoy prefiere una monarquía que “ni pincha ni corta”. Enfrente el tradicionalismo. El mismo que en nombre de la libertad (o de las libertades, en realidad) se había opuesto a las reformas absolutistas, ahora volvía a enfrentarse a quienes pretendían luchar por la “Libertad”. Un nuevo absolutismo en realidad, el de los partidarios de “la igualdad, la libertad y la fraternidad” de las guillotinas, las revoluciones, el comercio libre, las logias secretas, el monopolio de la enseñanza, la proletarización, la centralización y la burocratización...

Tras la llamada Guerra de Independencia española (respecto de Francia, que no de Gran Bretaña), Fernando VII osciló entre el tradicionalismo, el absolutismo y el liberalismo. Pero mientras los últimos se unificaban y aburguesaban, gracias a los negocios que significaba el reemplazo del monopolio hispánico por la globalización británica, los tradicionalistas esperaban la sucesión de Fernando en su hermano menor Carlos gracias a la falta de hijos del primero.

Simplificando así mucho, llegamos a 1830 y la sanción de la Pragmática por la que el rey impedía la sucesión en su hermano y favorecía a su hija recién nacida, Isabel. Ya desde esos tiempos, los tradicionalistas, partidarios del infante Carlos María Isidro, comienzan a ser conocidos como “carlistas”.

Muerto Fernando VII, su mujer Cristina, en nombre de Isabel, comienza a gobernar de la mano de los liberales. Se producen manifestaciones anti-liberales, especialmente entre los veteranos realistas, el pueblo más tradicional y algunos elementos militares. Se producen sublevaciones a favor de Don Carlos por todo el territorio español y comienza así la Primera Guerra Carlista, a la que le seguirán dos más, hasta la heroica Cruzada de 1936-1939.

“Casi sin medios, con más voluntarios que fusiles, los carlistas supieron crear ejércitos de la nada y poner en serios apuros a los gobiernos liberales.

“Pero a pesar de todos los enormes sacrificios y heroísmos, el carlismo no llegó a triunfar militarmente. EL LIBERALISMO SE IMPUSO POR LA FUERZA.”

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