Nos dicen: “¿Qué tiene que ver el Carlismo con la Argentina?” “¿No es acaso una doctrina política española?” Y nos llegan otras preguntas en el mismo tenor.
Hay varias respuestas. Ensayaremos algunas. La vinculación de la Argentina con el Carlismo se da en varios niveles.
En primer lugar está el hecho histórico de la inmigración de veteranos de las Guerras Carlistas a la Argentina.
Generalmente se ha vinculado el Carlismo a la inmigración vasca temprana, la que se dio en tiempos de Rosas, de vascos pastores que entraron por Montevideo, de ahí a la campaña uruguaya, cruzaron el río Uruguay y se establecieron en Entre Ríos, sur de Santa Fe y Provincia de Buenos Aires. Muchos de ellos volvieron a empuñar las armas, identificándose con las causas de Oribe y Rosas en un primer momento, luego con Urquiza y aún con López Jordán. Fueron importantes ganaderos –primero de ovejas, luego de vacunos—y algunos de sus descendientes se mezclaron con las familias tradicionales del país, conservando en muchos casos los vínculos con su cultura.
Pero no sólo hubo vascos entre los carlistas inmigrantes, sino también un importante grupo de catalanes –familias como Bargalló o Tristany que también se integraron a la sociedad porteña. Y grupos de españoles “en general”, simpatizantes de la causa, como los fundadores de la Sociedad Española “La Marina”, creadora del tradicional club de remo del Tigre: “Club de Regatas La Marina” –cuyos colores gules y plata (rojo y blanco) son un recuerdo del carlismo de sus fundadores.
Tal fue la presencia del Carlismo en estas tierras que, como ha documentado el historiador y genealogista Bernardo Lozier Almazán (“Presencia carlista en Buenos Aires”), sostuvieron un diario –“El Legitimista Español”, una Comisión Central de Propaganda Carlista de América del Sud con sede en Buenos Aires e, incluso, una Juventud Carlista de Buenos Aires –que no sólo agrupaba a descendientes de inmigrantes carlistas, sino a muchos simpatizantes, incluso de origen italiano. Con el paso del tiempo, muchas familias olvidaron su origen, pero unas pocas sí conservaron el recuerdo de la lucha de sus antepasados con orgullo.
Pero hay una causa más profunda que nos permite hablar de la posibilidad del Carlismo en la Argentina. Una causa que no es nostalgia de “aquellos buenos tiempos”. Una causa más profunda.
El gran franciscano porteño del 1820, Francisco de Paula Castañeda, repetía eso de que “por Castilla somos gente” y así le recordaba a los jacobinos que nos gobernaban en ese momento e intentaban imponernos doctrinas foráneas, castillos en el aire pergeñados en tenidas y clubes de pensamiento europeos; les recordaba que la Argentina es una rama del gran tronco que es la Hispanidad, las Españas. Y siendo el Carlismo la concreción en el tiempo de las tradiciones hispánicas, el Carlismo no sólo atañe la actual nación-estado hoy llamada España, sino a ese conjunto, esa “unidad de destino en lo universal” según genial resumen de alguien ajeno al Carlismo, esa nación espiritual o, mejor, esa patria que es la Hispanidad, las Españas plurales que se extienden desde el antiguo Franco Condado hasta las Filipinas, pero que se han conservado en la América hispana, desde la California hasta la Tierra del Fuego, que se han transmitido quizás en su forma más pura –si hemos de creer como muchos historiadores que mientras en la España peninsular se extendían las doctrinas del humanismo renacentista, en la España de allende el mar se continuaba la Hispánitas medieval. Esa cultura profundamente católica, hispánica a la vez que orgullosa de sus peculiaridades locales y –en cierta forma- monárquica que aún podemos encontrar (no sin dificultad) en el interior de nuestro país y en las tradiciones de algunas familias.
Entonces, aquí, el lema Dios-Patria-Fueros-Rey no es una ideología, sino una realidad concreta que se vive y se siente instintivamente, aunque esté en estos momentos marginada y en vías de extinción. Desde “Carlismo Argentino” queremos defender esta tradición hispano-católica y reconquistar lo que aparentemente ya se ha perdido, pero que en realidad se encuentra sólo un poco olvidado, ayudándole a adoptar una forma concreta de la mano de los grandes teóricos del Carlismo.
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Hay varias respuestas. Ensayaremos algunas. La vinculación de la Argentina con el Carlismo se da en varios niveles.
En primer lugar está el hecho histórico de la inmigración de veteranos de las Guerras Carlistas a la Argentina.
Generalmente se ha vinculado el Carlismo a la inmigración vasca temprana, la que se dio en tiempos de Rosas, de vascos pastores que entraron por Montevideo, de ahí a la campaña uruguaya, cruzaron el río Uruguay y se establecieron en Entre Ríos, sur de Santa Fe y Provincia de Buenos Aires. Muchos de ellos volvieron a empuñar las armas, identificándose con las causas de Oribe y Rosas en un primer momento, luego con Urquiza y aún con López Jordán. Fueron importantes ganaderos –primero de ovejas, luego de vacunos—y algunos de sus descendientes se mezclaron con las familias tradicionales del país, conservando en muchos casos los vínculos con su cultura.
Pero no sólo hubo vascos entre los carlistas inmigrantes, sino también un importante grupo de catalanes –familias como Bargalló o Tristany que también se integraron a la sociedad porteña. Y grupos de españoles “en general”, simpatizantes de la causa, como los fundadores de la Sociedad Española “La Marina”, creadora del tradicional club de remo del Tigre: “Club de Regatas La Marina” –cuyos colores gules y plata (rojo y blanco) son un recuerdo del carlismo de sus fundadores.
Tal fue la presencia del Carlismo en estas tierras que, como ha documentado el historiador y genealogista Bernardo Lozier Almazán (“Presencia carlista en Buenos Aires”), sostuvieron un diario –“El Legitimista Español”, una Comisión Central de Propaganda Carlista de América del Sud con sede en Buenos Aires e, incluso, una Juventud Carlista de Buenos Aires –que no sólo agrupaba a descendientes de inmigrantes carlistas, sino a muchos simpatizantes, incluso de origen italiano. Con el paso del tiempo, muchas familias olvidaron su origen, pero unas pocas sí conservaron el recuerdo de la lucha de sus antepasados con orgullo.
Pero hay una causa más profunda que nos permite hablar de la posibilidad del Carlismo en la Argentina. Una causa que no es nostalgia de “aquellos buenos tiempos”. Una causa más profunda.
El gran franciscano porteño del 1820, Francisco de Paula Castañeda, repetía eso de que “por Castilla somos gente” y así le recordaba a los jacobinos que nos gobernaban en ese momento e intentaban imponernos doctrinas foráneas, castillos en el aire pergeñados en tenidas y clubes de pensamiento europeos; les recordaba que la Argentina es una rama del gran tronco que es la Hispanidad, las Españas. Y siendo el Carlismo la concreción en el tiempo de las tradiciones hispánicas, el Carlismo no sólo atañe la actual nación-estado hoy llamada España, sino a ese conjunto, esa “unidad de destino en lo universal” según genial resumen de alguien ajeno al Carlismo, esa nación espiritual o, mejor, esa patria que es la Hispanidad, las Españas plurales que se extienden desde el antiguo Franco Condado hasta las Filipinas, pero que se han conservado en la América hispana, desde la California hasta la Tierra del Fuego, que se han transmitido quizás en su forma más pura –si hemos de creer como muchos historiadores que mientras en la España peninsular se extendían las doctrinas del humanismo renacentista, en la España de allende el mar se continuaba la Hispánitas medieval. Esa cultura profundamente católica, hispánica a la vez que orgullosa de sus peculiaridades locales y –en cierta forma- monárquica que aún podemos encontrar (no sin dificultad) en el interior de nuestro país y en las tradiciones de algunas familias.
Entonces, aquí, el lema Dios-Patria-Fueros-Rey no es una ideología, sino una realidad concreta que se vive y se siente instintivamente, aunque esté en estos momentos marginada y en vías de extinción. Desde “Carlismo Argentino” queremos defender esta tradición hispano-católica y reconquistar lo que aparentemente ya se ha perdido, pero que en realidad se encuentra sólo un poco olvidado, ayudándole a adoptar una forma concreta de la mano de los grandes teóricos del Carlismo.