En nuestra última nota histórica, nos referimos al surgimiento del Carlismo. Dijimos que el Carlismo fue derrotado en el terreno militar y que el Liberalismo se impuso por la fuerza –del mismo modo que lo hiciera en el resto de Europa e Hispanoamérica.
Pero el Carlismo no se dejó vencer. El Carlismo peleó, y su lucha es una de las más bellas páginas épicas de la historia.
Estamos en 1833, ha muerte Fernando VII, su hermano Carlos es proclamado por sus partidarios –los carlistas—pero los liberales se aseguran los engranajes del poder en Madrid.
En octubre de ese año, hace exactamente 173 años, los españoles se levantan por su rey legítimo, por sus libertades, por sus tradiciones… por su Dios. Las manifestaciones pacíficas carlistas son brutalmente reprimidas y los carlistas, reunidos en torno a veteranos de las guerras napoleónicas y realistas, se movilizan.
Para noviembre, el carlismo militarizado sólo sobrevive en Navarra. Se organiza una Real Junta Gubernativa en Estella –la mítica ciudad carlista- y se nombra al general Tomás de Zumalacárregui comandante. Al mismo tiempo, hay resistencia en otros lugares de la Península, como Aragón y Cataluña.
Comienzan así los combates y las batallas. La represión del Carlismo no es ningún picnic para los liberales. Zumalacárregui, Cabrera y otros combaten y rechazan las partidas cristinas –a veces como guerrilla, otras como ejércitos regulares. Tanto es así que los “liberales del mundo” se unen (¿cuando no?) para hacer frente a estos guerrilleros. Pero vascos, navarros, aragoneses y catalanes, junto a voluntarios venidos de los cuatro puntos cardinales, hacen frente a los mercenarios y reclutas cristinos –muchos de los cuales se cambian de bando al caer prisioneros.
Aprovechando la ocasión, los liberales organizan saqueos y quemas de conventos e iglesias y matanzas de religiosos. Los combates son encarnizados y la represión cristina no se detiene. El gobierno liberal formaliza el saqueo de la Iglesia con sus “desamortizaciones”.
Mientras los cristinos deben recurrir a la intervención directa de potencias extranjeras para evitar que todo el Norte quede en posesión de Carlos V; los carlistas organizan expediciones que atraviesan la Península de punta a punta, perseguidos de cerca por inmensas fuerzas liberales.
En marzo de 1837, tiene lugar la épica victoria de Oriamendi, donde los carlistas derrotan a una muy superior fuerza liberal reforzada por mercenarios británicos. Al mismo tiempo, Cabrera se hace dueño del interior catalán-aragonés.
Con objeto de poner fin a la guerra, Carlos V parte con sus fuerzas en una nueva expedición en dirección a Madrid. Durante esa expedición, Cabrera llegó a entrar en Madrid y arrollar a un batallón de guardias reales que salió a oponérsele. Pero el Cuartel General Carlista le ordenó volver porque temían quedar cercados por Espartero, que venía con sus columnas persiguiendo a las carlistas. Así, los carlistas regresan hacia el norte tras cinco meses de una épica Expedición Real.
Pero llegados a 1839, cuando la situación carlista ocupaba buena parte del territorio español y los ejércitos legitimistas eran dueños del campo de batalla, acontece la traición. El general carlista Maroto, en un complejo suceso, luego de asegurarse la preeminencia en el ejército de Carlos V, en una especie de golpe, negocia un cese de hostilidades con el general cristino Espartero. Es el infame “Abrazo de Vergara”, una verdadera traición y la sentencia de muerte de numerosos carlistas que serán cazados como conejos en los meses siguientes.
En Cataluña, los carlistas resisten algo más, pero ya es inútil pues los cristinos logran unificar sus fuerzas y atacarlos con todo lo que tienen. El 6 de julio de 1840, el general Cabrera, “el Tigre del Maestrazgo”, cruza la frontera francesa con los restos de su ejército. Es el fin de la Primera Guerra Carlista.
IMAGEN: "Cabrera rompe el cerco de Morella", cuadro de Augusto Ferrer Dalmau.
1 comentario:
Muy interesante. Un saludo
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