Tras la Primera Guerra, muchos carlistas huyen al destierro principalmente en Francia. La mayoría regresa a sus ocupaciones e intenta evitar la represión de los liberales. Otros emigran a América.
Mientras tanto, algunos hombres de bien buscan llegar a un acuerdo dinástico –proyecto en el que se comprometen especialmente el catalán Jaime Balmes y el valenciano Antonio Aparisi. Para facilitar el proyecto, el pretendiente Carlos V abdica a favor de su hijo el conde de Montemolín, Carlos Luis (Carlos VI).
Al mismo tiempo, algunos reductos carlistas continuaban la resistencia. Especialmente en Cataluña, donde tiene lugar la llamada “Guerra de los Matiners” (madrugadores). Combaten en la madrugada y luego regresan a su casa y a sus trabajos. En nombre de Carlos VI se levantan partidas numerosas, como la de los hermanos Tristany en Solsona.
Los liberales persiguen a los prófugos, sus familias y amigos… y a simples personas encontradas con “intención sospechosa”. La pena: la muerte inmediata. Al revés de minar la causa carlista, los liberales consiguen engrandecer las filas de aquéllos.
Algunos veteranos carlistas, junto a sus generales, recruzan la frontera franco-española y se unen a los insurgentes “montemolinistas”. En Cataluña la rebelión comienza con suerte: exitosos golpes de mano y las primeras batallas favorables. Pero en el resto de la Península, los focos carlistas son literalmente exterminados.
Una vez más, los liberales aprovechan la excusa del “monstruo carlista” para dar rienda suelta a su campaña anti-católica: saqueos y quemas de conventos e iglesias. Incluso, martirios, como el de San José de Calazanz.
Pero en abril del ’49 todo se cae. Carlos VI es detenido al intentar cruzar la frontera. El general Cabrera es derrotado, y junto con sus catalanes, aragoneses y valencianos, se exilia en Francia una vez más. Para mayo, los últimos guerrilleros de las montañas catalanas silencian las armas.
Pero la sangre de los carlistas no ha sido en vano. El gobierno liberal no puede darse el lujo de seguir provocando a los católicos. Se decreta una amnistía y en 1850 se firma un concordato con la Santa Sede.
Momentáneamente se ha llegado a una tregua…
Mientras tanto, algunos hombres de bien buscan llegar a un acuerdo dinástico –proyecto en el que se comprometen especialmente el catalán Jaime Balmes y el valenciano Antonio Aparisi. Para facilitar el proyecto, el pretendiente Carlos V abdica a favor de su hijo el conde de Montemolín, Carlos Luis (Carlos VI).
Al mismo tiempo, algunos reductos carlistas continuaban la resistencia. Especialmente en Cataluña, donde tiene lugar la llamada “Guerra de los Matiners” (madrugadores). Combaten en la madrugada y luego regresan a su casa y a sus trabajos. En nombre de Carlos VI se levantan partidas numerosas, como la de los hermanos Tristany en Solsona.
Los liberales persiguen a los prófugos, sus familias y amigos… y a simples personas encontradas con “intención sospechosa”. La pena: la muerte inmediata. Al revés de minar la causa carlista, los liberales consiguen engrandecer las filas de aquéllos.
Algunos veteranos carlistas, junto a sus generales, recruzan la frontera franco-española y se unen a los insurgentes “montemolinistas”. En Cataluña la rebelión comienza con suerte: exitosos golpes de mano y las primeras batallas favorables. Pero en el resto de la Península, los focos carlistas son literalmente exterminados.
Una vez más, los liberales aprovechan la excusa del “monstruo carlista” para dar rienda suelta a su campaña anti-católica: saqueos y quemas de conventos e iglesias. Incluso, martirios, como el de San José de Calazanz.
Pero en abril del ’49 todo se cae. Carlos VI es detenido al intentar cruzar la frontera. El general Cabrera es derrotado, y junto con sus catalanes, aragoneses y valencianos, se exilia en Francia una vez más. Para mayo, los últimos guerrilleros de las montañas catalanas silencian las armas.
Pero la sangre de los carlistas no ha sido en vano. El gobierno liberal no puede darse el lujo de seguir provocando a los católicos. Se decreta una amnistía y en 1850 se firma un concordato con la Santa Sede.
Momentáneamente se ha llegado a una tregua…
Imagen: El general Cabrera
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