El Padre Leonardo Castellani, en un comentario a la 2ª edición de 1928 de Filosofía de la Eucaristía de Juan Vázquez de Mella, realizó una serie de apreciaciones acerca de esta obra y de su autor que, a continuación, nos gustaría reproducir.
Agotada rápidamente la edición que [la editorial] Voluntad hizo el año pasado, se ha reeditado inmediatamente la obrita que el gran español nos legó antes de morir.
Dichoso el hombre a quien Dios concede la gracia de escribir un libro vivo. Libro vivo es aquél que vive, y que además da vida. (La Sagrada Escritura es el primero y después vienen el Kempis y la Summa.) Porque hay libros que viven y vivirán mucho tiempo desgraciadamente, pero que no dan la vida sino la muerte, y cuyo solo nombre, como dice Claudel, "es un veneno y una podredumbre".
Estando por morir y con la pierna amputada el sabio español Vázquez de Mella, el mejor orador de Europa, que dijo Briand, escribió fatigosamente para entregarlo mecanografiado al Cardenal Reig y a la Delegación que iba al Congreso de Chicago, este libro que termina con una oración.
Un rector de una facultad teológica de España dijo que por este libro daría a Mella, si se lo pidiese, el doctorado en Filosofía. Alta y robusta doctrina filosófica sobre el misterio augusto de nuestros altares, que recuerda a la vez las disertaciones de Balmes y las elevaciones de Bossuet, volcadas en el estilo personalísimo de Mella. Un estilo enjuto y macizo, que casa el movimiento oratorio del tribuno con la precisión técnica del filósofo y que florece al fin de un racioncinio fulgurante o de una vasta síntesis en una metáfora delicada, tal como se ven al romper la primavera las florecitas ingenuas de los duraznos al extremo de las ramas nervudas y secas.
La primavera rompía ya para el amante soldado de Cristo y era pasado el invierno para el gigante batallador y enfermo. Pasó el invierno, la lluvia cesó y se ha ido, levántate amigo mío y ven. "Cuando muera descansaré", dijo en el discurso necrológico de Menéndez y Pelayo. No parece una figura de nuestros tiempos ruines, si la Iglesia no fuera de todos los tiempos. Dios le habrá premiado ya la intención de su gran obra Filosofía de la Teología que la muerte no le dejó realizar y de la cual este librito de oro no era más que un capítulo maestro.
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